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José Manuel Ponte

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José Manuel Ponte

Un elefante en el Parlamento

En las naciones con sistemas democráticos de representación, el Parlamento es la sede donde se discuten y aprueban las leyes que han de regir la convivencia entre los ciudadanos. O dicho de otra forma todavía más escueta, el Parlamento es la sede del poder legislativo. No obstante, también el Parlamento es la sede donde se escenifica la pasión política y se verbalizan, por boca de los parlamentarios, los intereses de las clases sociales allí representadas. Por lo tanto, y en cierto sentido, el Parlamento no deja de ser un teatro abierto al debate y como tal se rige por las reglas del espectáculo donde priman el efectismo y la sorpresa. En lógica consecuencia, los políticos que más gustan al público son aquellos que, como sucede con los actores, recitan su papel con mejor voz y gestualidad más ajustada. Y si además de eso van bien peinados, son simpáticos y les sienta bien la chaqueta pues (como suele decirse) miel sobre hojuelas. Ahora bien, la tendencia a teatralizar las importantes funciones que competen a un Parlamento no debe de pasar de ciertos límites. Tal y como sucede últimamente en el Parlamento de Cataluña donde hemos asistido a toda clase de desafueros, incluidas dos declaraciones de independencia de alcance puramente "simbólico" según sus promotores. (Como si la secesión de una parte del territorio de un Estado pudiera hacerse mitad en serio mitad en broma sin consecuencias penales).

Por desgracia, el cese del gobierno regional, la limitación de funciones del Parlamento, y las nuevas elecciones con repetición de una ajustada mayoría secesionista, no parecen haber servido de lección a los independentistas que ahora parecen pretender la investidura como presidente del señor Puigdemont, fugado en Bélgica, por vía telemática, es decir, sin comparecer personalmente. Y el argumento más contundente para avalar esa pretensión (ya declarada ilegal por los letrados del propio Parlamento autonómico) es que tal cosa podría darse ya que el reglamento de la Cámara no lo prohíbe expresamente.

Ante esa salida de pata de banco, el expresidente del Gobierno Felipe González desautorizó el argumento preguntándose, no sin ironía, si podríamos proponer como presidente de Cataluña a un elefante dado que no lo impide expresamente el reglamento. La situación conduce inevitablemente al absurdo, aunque es de temer que los dirigentes independentistas persistan en ese camino ya que no tienen una línea de retirada digna ante sus seguidores. Por lo demás, habría que preguntarse también por las razones que llevaron al señor González a escoger un elefante como hipotético candidato a presidir un imaginario gobierno catalán. Salvo que el subconsciente le haga retroceder en el tiempo y comparar la fallida proclamación de la República catalana con el intento de golpe de Estado de 21 de febrero de 1981, cuando el teniente coronel Tejero secuestró a todos los integrantes del Parlamento español en la segunda sesión de investidura como presidente del Gobierno de Leopoldo Calvo Sotelo.

En aquella ocasión -según declaró luego Tejero ante el juez- los socialistas se avendrían a aceptar la formación de un gobierno presidido por un militar en cuanto oyeran la consigna de "el elefante blanco está aquí, o ha llegado" lo que confirmaría los supuestos acuerdos previos de Enrique Múgica con el general Armada. Claro que todo eso son conjeturas.

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