La sociedad es un sistema de interrelaciones que vincula a los individuos: ninguna cultura podría existir sin sociedad y viceversa. La nuestra es una época de aceleración de la experiencia, de "imperio de lo efímero" de "ascenso de la insignificancia", según señala Zygmun Barman, y así lo creo.

También, en el mundo del arte actual predomina la defensa de conceptos basados en una supuesta necesidad de cambios constantes, de la novedad por la novedad de la provocación y la transgresión, un arte que pretende contener una idea compleja de la realidad, cuando simplemente es presentación de la misma: objetos, basura, cadáveres, violencia y patología son sus elementos constitutivos. Cuestionar la "verdad" del denominado "arte contemporáneo", se considera retrógrado y desfasado, tachando peyorativamente de romántico al que hable de estética o de belleza, de oficio técnico, de representación o de medios tradicionales.

Como parte inseparable de una sociedad adormecida culturalmente en la paradoja de un inmenso océano de información en el que nos ahogamos toda la sociedad, hoy también los cenáculos artísticos, que en otras épocas fueron adelantados a su tiempo, están sumidos en el desalentador presentismo, un presente embriagado de presente, incapaz de anticipar el mañana. Un presente expandido de consumo desaforado, de obsolescencias e invasión digital, con sus redes de conexiones instantáneas que sumergen la experiencia y la serena reflexión en lo que la "intelectualidad artística" actual considera la ciénaga del pasado. Viajar a través del tiempo artístico ya no es posible. El aprendizaje de técnicas y materiales, de destrezas y teorías artísticas se consideran cortapisas para el desarrollo del espíritu artístico moderno, una antigualla impropia de nuestra manera de "consumir" el tiempo; ya no hay espacio para el pasado o el futuro.

Con esa mentalidad, proponer una exposición de Colmeiro -el mejor intérprete del mundo rural gallego- en el Marco, desata la furia de voces que no son contemporáneas sino sólo "modernas". Proponer una reflexión y revisión sobre la verdadera contemporaneidad que representan "los viejos" -como denominaba cariñosamente Xaime Quesada a "...los mártires, los que dieron la luz de la vanguardia: Colmeiro, Laxeiro, Lugrís, Arturo Souto"- se considera, por algunos, un "paso atrás" en el planteamiento cultural-artístico de Vigo pero, a contracorriente, sostengo que las obras de arte de nuestro pasado más inmediato no son estampitas de la historia sino los recuerdos de los sueños anclados en el inconsciente colectivo de nuestra sociedad; la sociedad Viguesa, cobijadora de grandes artistas en vida que nos han dado a cambio un grandioso y desconocido legado de arte gallego para que lo protejamos y conservemos, pero sólo se puede conservar y proteger aquello que se conoce y se valora.

*Artista "amateur"