La próxima vez que suba a un bus, que se recline plácidamente en la butaca del avión o en la mecedora del crucero-vacaciones en el mar, haga un sencillo ejercicio. Pregúntese cuánto ha pagado por el viaje, por qué lo hace, y si va a volver.

Pálpese y compruebe además que va documentado. Tiene pasaporte y visado. Lleva dinero abundante, cheques de viaje, tarjetas de crédito. Volverá bronceado y sonriente. Con cientos de imágenes en su retina y en el móvil. Regresará vivo, sin jugarse el tipo. Se habrá sentido querido y acogido.

Los seres vivos somos los únicos que se mueven. Los animales, fundamentalmente por razones climáticas o reproductivas. Los humanos, además por motivos políticos, turísticos, famélicos, económicos, bélicos, o medioambientales.

Y mientras aquellos no colocan ni encuentran obstáculos en sus gigantescas travesías para desovar desde el Atlántico al Pacífico, el ser humano es el único que ha parcelado el planeta y acotado el territorio. A veces solo con tiralíneas. Otras, con fronteras, redadas, sensores, barreras, muros, vallas, sives, concertinas. Sobre todo con preguntas, demasiadas preguntas. Para respuestas imposibles.

Un grupo cada vez más numeroso está intentando desde el puerto de Vigo -un día sí y otro también- esta peligrosa aventura migratoria hacia la Tierra Prometida. Por la puerta falsa de la abundancia, ocultos cual polizones de un incierto destino. Buscando un mundo que no conocen pero que saben existe y les pertenece. Tal vez allí esperan sus familiares pero no pueden reagruparles. O simplemente huyen de las guerras y la persecución como candidatos a la protección internacional del asilo.

Estos pasajeros generalmente no están en situación irregular en nuestro país. Solo pretenden salir de España por puesto no habilitado, y conforme a la Ley de Extranjería esta infracción no comporta expulsión sino simplemente multa entre 501 y 10.000 euros.

No pueden viajar en primera ni siquiera sentados o documentados. Surgen mafias que les explotan con cantidades astronómicas por viajes fallidos hacia la muerte o la deportación. Pero si las mafias extorsionan, es porque existe una necesidad que es anterior y apremiante. Nosotros no tenemos que embarcarnos en pateras, cayucos, ni barcos destartalados. Decía Jack Kerouac que "somos buenos... porque llevamos una buena vida".

*Pres. Comisión Española de Ayuda al Refugiado (CEAR) en Euskadi