Crecer no basta. La economía gallega avanza, pero necesita hacerlo a mayor velocidad. Si no gana en la carrera al resto de España jamás conseguirá acortar distancias con las regiones prósperas. Un informe sobre la evolución económica nacional en los últimos treinta años, del que daba cuenta el pasado domingo este periódico, desvela que el eje levantino bate ampliamente al atlántico-cantábrico. Asturias, Cantabria, Castilla y León, Galicia y el País Vasco son, por este orden, las comunidades con el crecimiento más moderado. Todo el Norte se empobrece mientras el Mediterráneo acelera. Antes de que la brecha se cronifique y se convierta en insuperable, a las regiones del cuadrante noroeste les urge unirse, concertar, activarse y espabilar.

El PIB español digirió dos duras recesiones y creció el 93,5% desde 1987. El reparto de la tarta no fue homogéneo. El Norte en general registra progresos por debajo del 80% mientras que la otra mitad del país supera ampliamente ese porcentaje. El eje de la riqueza, contemplado en perspectiva, escora hacia una mitad de España, desequilibrando gravemente el barco. Si en el arranque del modelo autonómico, su epicentro se situaba en el triángulo que conforman Aragón, Navarra y Euskadi, ahora se despliega aún más lejos, hacia el litoral Mediterráneo al completo.

Lo peor es que apenas hubo convergencia después de ese prolongado periodo. Las regiones más ricas hace tres décadas siguen hoy al frente de la clasificación. Galicia, pese a pegar un estirón, está lejos todavía del vagón de cabeza porque necesita correr mucho más. Si antes el PIB per cápita gallega representaba el 79% de la media nacional, en 2016 aumenta al 90% pero aún hay diez comunidades de diecisiete por delante. Un país a dos velocidades transforma las diferencias en mal endémico incurable.

La entrada en la UE, con su chorro de fondos estructurales, y la descentralización administrativa, transfiriendo a cada territorio una amplia capacidad para dedicar dinero a prioridades libremente elegidas, fueron los dos hechos más determinantes para la evolución económica regional del país en la época contemporánea. Ni las zonas ampliamente regadas por el maná europeo, ni las que gozan de mejor financiación coinciden precisamente con las comunidades que lograron estimular con plena eficiencia el desarrollo. Progresar, pues, no depende tanto de las ayudas externas y la disponibilidad de recursos como de las actitudes internas, el talante abierto a las transformaciones, y de trazar bien un rumbo, el liderazgo.

Galicia tiene que acelerar su despegue. Su economía avanza, pero ahora necesita velocidad y nuevos horizontes. También imprimir otra marcha para mejorar el empleo y recuperar las decenas de miles (180.000) todavía perdidos para igualarse a la etapa precrisis. Es verdad que la industria vinculada al motor ha despegado; que otro tanto ocurre con los astilleros, que el textil ¬-con Inditex como gigante mundial¬- muestra una salud envidiable; que el turismo está comportándose con un brío hasta ahora desconocido; que el proceso de internacionalización de las grandes y medianas empresas es cada día más intenso; que las exportaciones crecen; que repunta tímidamente la inversión en I+D+i; que el emprendimiento empieza a dar sus frutos?Todo ello es cierto, pero insuficiente.

La globalización interconecta a todas las comunidades y las hace más dependientes de los ciclos económicos universales, pero ese argumento no ha de ser excusa para renunciar a implementar políticas locales que contribuyan a un mayor dinamismo. Para competir, Galicia necesita superar también sus déficits históricos, como el reducido tamaño de sus empresas, que coarta la exportación y la innovación, la falta de más sociedades transformadoras que aporten valor añadido a los productos, o su excesiva dependencia de núcleos industriales muy concretos.

Los indicadores remontan. Estamos en otra etapa que requiere estrategia para vender nuestra potencialidad, para simplificar requerimientos y eliminar trabas, para atraer inversiones y afianzar sectores modernos e innovadores, para pelear por empresas, igual que cuando aterrizaron las multinacionales, para impulsar de una vez el área metropolitana. Planes de industrialización y consejos de sabios atestan los cajones. A ver qué día de estos a alguien se le ocurre la idea de convertirlos en algo práctico, aprovechar sus recomendaciones y poner así un grano de arena en el apremiante relanzamiento del Norte.