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Personas, casos y cosas de ayer y de hoy

Los niños, los padres, la educación y los juegos

Mis lectores ya saben de mi querencia por el fecundo escritor londinense Gilbert Keitch Chesterton (1874-1936) - Chesterton? Faro de Vigo, 14-12.2014-, autor que cultivó todos los géneros literarios, si bien es sobre todo conocido por sus aventuras de misterio del padre Brown. Sin embargo, me atrevería a decir que, en su propia época, destacó sobre todo en periodismo. En la prensa se movió a través del ensayo como pez en el agua: "En realidad uno no escribe un ensayo. Lo que hace es ensayar un ensayo [?] El teatro o la épica pueden considerarse la vida activa de la literatura; el soneto o la oda, la vida contemplativa. El ensayo es la broma". Ya he citado en un par de estos sueltos su libro de ensayos Correr tras el propio sombrero y otros ensayos. Barcelona: Acantilado; 2005. En el prólogo, su recopilador, Alberto Manguel, escribe: "Al leer a Chesterton nos embarga una peculiar sensación de felicidad. Su prosa es todo lo contrario de la académica: es alegre. Las palabras chocan y se arrancan chispas entre sí, como si un juguete mecánico hubiese cobrado vida de pronto, chasqueando y vibrando con sentido común, esa maravilla de maravillas. Para él, el lenguaje era como un juego de construcciones con el que montar teatros y armas de juguete".

En el libro referenciado de Chesterton, uno de sus artículos, El teatro de marionetas, fue el que me suscitó este suelto de hoy, impulsado por mi libertad de escritor aficionado y pediatra profesional, que me llevó a descartar un tema de más enjundia que ya había iniciado. Su contumacia es en mí reiterativa (léase Faro de Vigo, 05.10.2014, 09.11.2014 y otros), pero por su trascendencia nunca suficiente.

Los adultos no podemos jugar. No tenemos ni capacidad ni tiempo. Nuestras pequeñas o grandes obligaciones en el empleo, en la profesión, en la política, en el comercio y hasta belicistas, unidas a nuestras aficiones y propios pasatiempos, no nos permiten jugar. Añoramos con cariño las construcciones, las muñecas, los cacharritos, los soldaditos? pero ya no podemos jugar. Incluso, permítanme que se lo diga, papás y mamás, cuando nos inmiscuimos excesivamente en el juego de nuestros hijos se lo estropeamos. Y es que, en palabras del propio Chesterton: "Jugar como un niño significa hacer como si el juego fuese lo más importante del mundo". Si es así, y lo es, dejemos jugar a los niños mientras lo sean. Y para ello hay que darles tiempo, lo que pueden conseguir maestros y padres. Por una parte, los profesores evitarán los cargantes, tristes y nunca justificados deberes en casa, que pueden ser solo dispensa de un mal plan escolar o de su propia insuficiencia, Y, por el contrario, les enseñarán a estudiar, no a memorizar datos y dominar ejercicios que nunca le servirán para nada. Los bachilleres llegamos a estudiar siete años de latín. Viene a mi memoria cómo mi querido amigo y colega José Armesto Prieto se lo recriminaba a Juan Saco Cid, al tiempo que le advertía que los profesores de latín serían "condenados al infierno". Por otro lado, los padres, prescindiendo de imponerles actividades y clases complementarias, que pueden ser compensación inadvertida de sus propios fracasos y frustraciones.

Les aseguro que es mucho más importante y serio el juego del niño con sus soldaditos que el trabajo del papá militar, escribiendo un gran tratado de estrategia o desarrollándola en el campo de batalla. Además el papá militar puede caer en un error que le lleve a la derrota y muerte de sus soldados; por el contrario, el soldadito recortado del niño, mejor o peor, siempre cumplirá con la función que le ha asignado el niño-general. Puedo garantizarles que es más sustancial y complejo el que juegue a médicos el niño o la niña, que mi trabajo como pediatra, en el que, la mayoría de las veces, repito la misma rutina exploratoria y un tratamiento común. No me importa manifestarles que me resulta más sencillo y ramplón redactarle cualquiera de estos sueltos, que a un niño escribir su carta de Reyes. Les confirmo que, cuando la niña imita a la naturaleza jugando con su muñeca, es tan valiosa y ardua su actividad como la de un padre o una madre al cuidar a su hijo. Al ejercer uno de médico, activa una carrera aprendida. Al escribir, si lo hago sobre mi profesión, practico de simple divulgador; y, si lo hago sobre otro tema, es porque antes ha leído sobre él, aunque ni me dé cuenta de ello. Por encima de todo, en el momento en que la niña juega con su muñeca, profesa de madre. Además lo hace, con entrega total, desde su mentalidad de niña, incluso en aquellas circunstancias en que no pudo alcanzar la capacidad total de desarrollo evolutivo. Tengo en mi casa, desde hace más de cuarenta años, un recuerdo y ejemplo permanente de tal aseveración. Aún hoy me emociona. Me refiero a una pequeña escultura de barro cocido, nominada "La tonta del pueblo con su muñeca de palo", obra del eximio escultor ourensano Arturo Baltar (1924-2017). Fue un obsequio del periodista Luis Padrón y su esposa Montse Saco, ambos hoy en el Cielo, que en su momento me confiaron la salud de sus hijos. El significado me lo explicó muy bien el propio Baltar, mientras bebíamos un tinto en el Carroleiro. Una mujer, niña de mente, que, a la vez inexpresiva y amorosa, ampara a su muñeca, rígida, confeccionada con madera y trapos. Baltar tomó su modelo de una de aquellas personas entrañables de cada aldea, cuya minusvalía era consecuencia de partos domiciliarios sin la debida asistencia. La imagen realista de una niña de aquellos tantos niños concebidos para ser normales, cuyo cerebro sufrió falta de oxigeno durante su nacimiento y quedaba dañado de forma irreversible. Chiquillos que después eran cuidados con amor por sus familias y respetados por sus convecinos. Críos que a su propia limitación sumaban una exploración ambiental muy reducida. Como consecuencia, entre los pocos juegos de los que disponían, repetían aquello que contemplaban: ejercer de madre o padre. En definitiva, la realidad reducida a escala como si fuese un teatro de marionetas. Los niños son precisos jugando con las marionetas, o representando papeles en su propio teatro, en el que asignan actuaciones concretas que cumplen con fidelidad y todos entendemos. Los adultos somos, o queremos mostrarnos, tan sabios, infinitos y abstractos que muchas veces es imposible comprendernos. O, lo que es peor, somos tan tontos, que ni no nos damos cuenta de que somos incapaces de reducir a escala lo que pretendemos expresar.

Con mucha frecuencia, los padres que me confían sus hijos, además de venir para que les cure de sus catarros y achaques, me hacen preguntas sobre sus presuntas dificultades. He de confesarles que me resulta más fácil solucionar lo primero que contestar a lo segundo. Es más, en ocasiones, hasta me supone perder a mi pequeño cliente, al no escuchar de mis labios lo que quisiesen oír. Hay niños-niños felicísimos, muy guapos o, al menos, graciosos, alegres, espontáneos, exultantes, rubicundos, juguetones, independientes? Son el fruto de muchos condicionantes, que en ningún modo quiero generalizar. Suelen corresponder a hijos de padres que pueden dedicarles un tiempo mínimo para estar con ellos, aunque no sea todos los días, y así darles la estabilidad exigida y completar su educación. Niños que se sientan, siempre que es posible, a comer con sus padres, en su propio hogar, siguiendo hábitos alimenticios saludables y observando las formas adecuadas. Niños que nunca han recibido amenazas ni castigos de ningún tipo, ¡mucho menos corporales! Niños a los que se les saca al aire libre y cuando esto se hace se les lleva al campo o a los parques y no a la calle de los vinos. Niños que, en sus primeras etapas escolares, al concluir la jornada escolar o en los días no lectivos, concluyen sus deberes y no tienen que acordarse del colegio hasta el día que lo reanudan. Niños que ven la televisión de modo muy limitado y no están encadenados y absorbidos por sus estereotipados, confusos y, a veces, "pervertidos" personajes, por más que se disfracen de dibujos animados, mientras sus padres juegan con internet. Niños que no sufren el empacho paterno de las teorías de manuales de puericultura, a veces desconcertantes y contradictorios, ya que "buena parte de esta literatura se cuece al calor de sus complejos" -no son palabras de un especialista sino de un padre: Miguel Delibes (1920-1975), en Mi mundo y el mundo. Valladolid: Miñon; 1970-. Niños a los que, si sufren trastornos del sueño, una vez descartadas causas patológicas, se les "tolera", se les acaricia y se les acompaña y, si es necesario, se recurre al co-lecho, en lugar de apelar "tratados" de dudoso contenido. ¡He llegado a leer, que se le deje llorar de modo progresivo! ¡Qué horror! Niños a los que se les asignan desde el principio responsabilidades, que luego se les fomentan progresivamente, según crecen y maduran. Niños a los se les permite avistar sus tendencias y vocaciones. Niños a los que progenitores y maestros les despiertan la afición creadora y el espíritu de iniciativa.

Condicionantes las enumeradas, fáciles de exigir y difíciles de cumplir. Ambos padres trabajan, no hay servicio doméstico, pocas familias cuentan con la institución de la abuela española? Sobre su cumplimiento, nos recuerda Delibes, que nos dan ejemplo los norteamericanos. Sus niños les acompañan en multitud de ocasiones: viajan, van en los autobuses, se sientan en las cafeterías, visitan los museos, participan en los oficios religiosos? y lo hacen apaciblemente, sin incordiar a los demás. Uno también lo ha comprobado en su visita a Nueva York. Y dejo constancia que desde luego no estaban enmudecidos a la fuerza. Este, su escribidor, sin moverse de Boimorto, observa como en su iglesia parroquial, durante la Misa, algunos niños permanecen silenciosos y otros invariablemente berrean y, lo que es peor, mientras se comportan como "apaches" no son sacados del templo. ¿Por qué la diferencia? ¿Es que los niños silenciosos son amordazados o tratados con medicamentos para la hiperactividad? Mucho más sencillo y humano, son niños que reciben educación, ejemplo incluido que es esencial, desde los primeros meses y, desde luego, ya en los primeros años.

Y vuelvo a Delibes, ¿curioso que un pediatra no saque un tratado de Puericultura? Así es, un padre de siete hijos saca a otro padre, que se plantea las cosas con sentido común. El autor pinciano se pregunta si el niño americano no tendrá dones especiales: "Los de los dones especiales son, como hemos visto, los padres.

Por cierto, el libro de Delibes me lo regaló mi hijo mayor, Federico, también pediatra de profesión, el 19.03.2008. ¿Supongo lo tendrá y habrá leído? Si no lo hizo que se disponga, es una orden. Federico no me vengas con la historia de que lo único que te falta es el tiempo: invéntalo o sácaselo al sueño. De paso te recomiendo leas a tu abuelo, el pediatra Federico Martinón León, en Aspectos particulares de la gimnasia y el juego en la infancia. Apuntes de Medicina Deportiva. Barcelona. 1965; 7: 173. Escribía: "Es necesario que se ilustre a los padres sobre la actividad y descanso del hombre-niño en su evolución al hombre adulto?". Sí, léelo, vale la pena.

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