La culpa siempre es de los otros. Por eso en este país no dimite nadie ni nadie da fácilmente su brazo a torcer cuando vienen mal dadas. Se ha podido comprobar tal evidencia a la vista de las consecuencias del temporal del pasado fin de semana: para el director general de Tráfico, culpables del desaguisado en la autovía de entrada y salida a Madrid convertida en ratonera por culpa de la nevada fueron los incautos automovilistas que no acataron las recomendaciones oficiales acerca de la adversidad meteorológica; más aún los que circulaban sin cadenas e incluso los que, aun llevándolas, no saben ajustarlas convenientemente a las ruedas de sus vehículos y favorecieron, por impericia, el colapso circulatorio. Para los conductores, sin embargo, la culpa recae en quienes tienen la obligación de mantener expeditas las carreteras, nieve a raudales o caigan chuzos de punta. Que para eso se pagan impuestos.
También los insensatos jovenzuelos del Angliru, candidatos a la contrarreloj a la mayor estupidez del año en curso, responsabilizan de su irreflexiva ocurrencia invernal al 112, porque no siempre cuatro por cuatro son dieciséis. Y viceversa: si tuvieron que bajar de la montaña nevada a pinrel, el problema fue de ellos, no de los equipos de rescate. Al responsable que se les puso al teléfono y cuya conversación grabaron, en todo caso habría que reprocharle que los llamara "señores". Lo que son capaces de hacer algunos por un minuto de gloria viral...
Hasta Rodrigo Rato culpó ayer al Gobierno del hundimiento de Bankia y del acabado poco lustroso de su carrera prácticamente impoluta. La culpa, amigos míos, siempre es de los tlaxcaltecas o del empedrado.
