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Lo que hay que oír

Precaución: hombre sin móvil

Medidas de autoprotección ante el desmesurado uso del teléfono celular

Visto cómo están las calles de la patria mía, sus aceras, sus calzadas, sus bancos, sus paseos y sus pasos peatonales. Visto cómo están los espacios públicos de la patria mía, sus parques, sus oficinas, sus centros de salud y salas de espera. Visto lo visto tras estas fiestas navideñas, mostrar desacuerdo con el desmesurado uso del móvil o teléfono celular, es como salir a la calle en manifestación contra el invierno o contra la distribución de las tropas de Napoleón en la batalla de Waterloo: un ejercicio inútil que no va a ninguna parte. El robotito ese nos ha ganado la partida, ha triunfado, es el amo, nos ha colonizado por completo, ya no se puede estar sin él. De modo que a sufrir las consecuencias. ¿Móviles en las aulas? Venga, a tope. ¿Móviles para los niños de siete años? Venga, a tope. Es el progreso, es el mercado, es lo que hay. No hace tres días que pude asistir a la apoteosis de la nueva dependencia: una joven caminaba tomando del antebrazo a la señora mayor que la guiaba para esquivar peatones. No estaba ciega: tecleaba hábil y veloz con su mano libre, guasapeando, evadida por completo de su entorno, conducida por su lazarilla. Si lo que transmitía hubiese sido urgente, inaplazable, grave, se habría detenido, digo yo, para concentrarse en ello. Pero su jovial expresión la delataba: le daba al dedo transmitiendo y leyendo banalidades, ajena a la vida que pasaba. Así pues -aun sabiéndolas poco efectivas y aun estando muy a favor del uso del móvil en privado y en público para asuntos de fuste- he resuelto tomar medidas de autoprotección. Aquí van.

1ª.- No me apartaré jamás de la trayectoria errática que dibujan los movileros (neologismo que espero me admita ya la RAE) cuando deambulan. Al contrario, me mantendré firme y con la posición ganada para favorecer el inevitable choque, tras el cual caeré redondo al suelo con grandes bramidos de dolor y estremedoras demandas de auxilio. Formado el tumulto correspondiente y personadas las asistencias, pediré ser conducido al hospital desde donde formularé la denuncia correspondiente por lesiones físicas e incalculables daños psicológicos. De esta, me forro.

2ª.- Cuando viaje en transporte público, lo haré desde ahora provisto de instrumentos musicales de percusión y viento. Bastarán un tambor y una trompeta de juguete. Nada más que comience la algarabía movilera habitual de charlas destempladas y a la alta la lleva relatando pormenores repugnantes de enfermedades, anunciando a alaridos adónde va cada cual y de dónde viene y dónde está, describiendo con detalle puntilloso negocios en marcha, extracciones dentales purulentas, desavenencias familiares, movimientos intestinales astringentes o laxantes sin regularizar? batiré con vigor el bombo y soplaré las notas de "El sitio de Zaragoza" que es un primor. A ver quién es el guapo que me llama la atención.

3ª.- Retiraré el saludo y cubriré de improperios, calumnias e infamias -alegaré después locura transitoria y traumas infantiles sin resolver- a quien corte la conversación que mantenemos para atender la llamada de su móvil. No descarto fingir espasmos para propinarle un rodillazo admonitorio.

4ª.- Saldré a la calle con una pegatina bien visible -"Precaución: hombre sin móvil"- y compondré gesto de Hannibal Lecter que sirva para asentar aún más mi fama de misántropo. Por supuesto, no contestaré por la calle a guasap alguno, no sea que se corra la voz de que he claudicado y me envíen aún más memes.

Mientras estos días los movileros vagaban aturdidos por lo que expelían sus chismes de última generación, pude asistir en silencio admirado a los prodigiosos cambios de luz que regalaba el viento al rolar de garbino a gallego, y embobarme ante la cresta de espuma pasajera que provocaba en los cachones, y compadecerme de los tamarindos que oscilaban desconcertados, y asustarme ante la pujanza de la nortada que entraba aguerrida. Gratis total, sin cobertura ni batería, sin prepago ni contrato. Y sin invadir la intimidad de nadie.

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