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Un Maestro para la leyenda

Que Julio Puente era grande saltaba a la vista. Pero esa sensación no dejaba de ser en cierto modo engañosa, porque en realidad era mucho más grande de lo que aparentaba. De su verdadera dimensión comenzaremos a hacernos una idea más cabal al sentir el vacío que deja. Un vacío que, desde el primer momento después de su adiós, sabemos que es enorme. En él se superponían el personaje y la persona, pero no en un juego de disfraz o camuflaje; menos aún de impostura, porque lo uno y la otra eran auténticos y admirables. El personaje lo había construido él mismo con gracia y con talento y se convirtió en una referencia dentro de la profesión periodística. Fue una suerte impagable trabajar a su lado para disfrutar de su ingenio, gozar de su inventiva, paladear sus sentencias y disfrutar con la liturgia de sus frases hechas. Pero mucho más por poder admirar sus cualidades como profesional y como persona.

Como profesional era El Maestro, como se le conocía desde dentro del oficio. De pocos como él podría decirse que habían nacido para ser periodistas. Tenía, junto con el interés universal por lo que ocurría en el mundo, un instinto certero para captar lo esencial, una memoria prodigiosa para contextualizar lo reciente con lo pasado y, en fin, el talento para trasladarlo al lector bajo una apariencia de sencillez puramente engañosa, pues en sus artículos todo era sustancia. Si su corpachón se movía con lentitud, la velocidad de su mente era vertiginosa. Era un espectáculo verle escribir. Más que pulsar las teclas, imponía las manos sobre el teclado y el texto fluía como algo sencillo, de puro natural. Pero en él lo natural era la excelencia. No había más que leerle para comprobarlo.

Y ¿qué decir de Julio como persona? Quizá que su pudor trataba de ocultar sus cualidades, aunque eran demasiado grandes para que pudiera conseguirlo. Ninguna tanto como la abnegación, que le llevó muchas veces a ocultar sus problemas para evitar preocupar a quienes le querían. Las calamidades físicas pudieron jalonar sus últimos años, pero no lograron nunca borrar su sonrisa. Con ella en la boca se ha ido. Como siempre, discretamente, sin querer llamar la atención. Le queríamos mucho para no llorarle. Y le admirábamos demasiado para no sentir que seguirá entre nosotros. Aunque Julio Puente haya muerto, la leyenda de El Maestro perdurará.

*Exdirector de La Nueva España

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