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Joaquín Rábago.

360 grados

Joaquín Rábago

Irán

Cada vez más cercado por la supuesta trama rusa, el presidente de EE UU, Donald Trump, parece haber descubierto de pronto los derechos humanos en Oriente Medio.

Quien solo encuentra palabras de elogio para la monarquía feudal saudí o el Egipto del mariscal golpista Al Sisi se solidariza ahora con "el gran pueblo iraní", que está, según él, "hambriento de libertad".

Es decir, con esos mismos iraníes a los que, al igual que a los ciudadanos de otros países islámicos, Trump ha vetado la entrada en Estados Unidos como si fueran todos ellos solo terroristas.

Las graves protestas callejeras estalladas en Irán le han venido en cualquier caso como agua de mayor para exigir públicamente un cambio de régimen, eso que parece ser una especialidad norteamericana, sea quien sea su presidente.

Y le facilitan sobre todo lo que él y los halcones del Congreso llevan tiempo buscando, para desesperación de los gobiernos europeos: descolgarse del acuerdo nuclear con Irán.

ES lo que le reclama por ejemplo el senador republicano por Carolina del Sur Lindsay Graham, según el cual Washington debería llevar a cabo una política muchos más agresiva y tendente al derrocamiento del odiado régimen de los ayatolas.

Los iraníes que han salido a la calle se quejan de que la firma del acuerdo nuclear no ha supuesto para el país ninguno de los beneficios que se esperaban y culpan de ello al actual Gobierno de Teherán.

Los críticos parecen pertenecer a dos bandos: los "duros", fieles al hombre fuerte del régimen, el ayatola Ali Jamenei, opuestos a cualquier claudicación ante Occidente, y quienes reclaman por el contrario mayores libertades políticas.

Estos últimos critican que, en su rivalidad por la hegemonía regional con Arabia Saudí, el régimen se haya volcado en aventuras exteriores, en Irak, en Siria y otros lugares, en lugar de ocuparse de su propio pueblo.

Si en un principio pareció que el acuerdo al que llegó Teherán con las principales potencias nucleares -EEUU, Rusia, Gran Bretaña, Francia, China- mas Alemania representaría para la población un alivio, pronto se demostró que se habían puesto en él demasiadas esperanzas.

Los duros del régimen culpan de las protestas callejeras a enemigos exteriores y sobre todo al "gran Satán", los Estados Unidos, pero no hay duda de que, con independencia de supuestas injerencias, hay un profundo descontento en al menos parte de la población.

Los problemas se le acumulan al Gobierno del presidente Hasán Rouhaní, considerado como islamista moderado; problemas que solo en parte tienen que ver con los años de aislamiento internacional del régimen y las sanciones estadounidenses, todavía en vigor.

En efecto, los bancos internacionales tienen miedo a cualquier operación financiera con Irán por el riesgo de verse sancionados por el largo brazo de la justicia norteamericana.

Y los bancos iraníes no tienen capacidad suficiente para llevar a cabo las inversiones necesarias en la modernización de instalaciones industriales e infraestructuras que han quedado en muchos casos obsoletas.

El régimen gasta cantidades ingentes en la lucha por la hegemonía regional frente a Arabia Saudí, dinero que sería necesario para resolver problemas como el desempleo juvenil, que si oficialmente es de cerca de un 30 por ciento, otros calculan en un 10 por ciento más.

Está además el problema de la corrupción: Transparencia Internacional coloca a ese país en el puesto 131 de un total de 176, detrás, por ejemplo, de Sierra Leona.

Y mientras se anuncian drásticos recortes de las subvenciones a productos necesarios para la vida diaria, aumenta el gasto militar y el apoyo económico a los llamados Guardianes de la Revolución y los institutos del fuertemente conservador clero chií.

Pese a todas esas circunstancias, cualquier llamamiento a la insurrección, sobre todo en un momento en que no parece haber ningún líder ni estrategia alguna en la oposición, sólo puede reforzar a los sectores más duros del régimen en detrimento del moderado Rohaní.

Y si los halcones estadounidenses no paran de denunciar, como su aliado Israel, la creciente influencia de Irán en toda la región, solo a sus propios errores pueden atribuirlo.

Empezando por la invasión de Irak, que fue no solo un crimen sino, como se ha visto por sus consecuencias, una monumental torpeza.

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