Cuando se ganan las elecciones, a poca experiencia que se tenga, es casi obligado intentar formar gobierno. En caso contrario, es como si no hubiese coraje suficiente para gobernar, o dicho con otras palabras, es como si intentarlo produjese un cierto miedo escénico, o un cálculo político para no desgastarse.

Las recientes elecciones autonómicas celebradas en Cataluña las ganó Inés Arrimadas, que hay quien dice que es mejor que Albert Rivera, sobre todo porque ella se quedó a defender sus ideas en Cataluña y no se marchó corriendo para lucir en los actos de la capital de España.

En la misma noche electoral ya se refirió la candidata a un gobierno separatista, pese a haber ganado ella las elecciones autonómicas. Unos hablarán de pragmatismo, otros, de falta de ganas para gobernar o, finalmente, de falta de ambición colectiva.

Si algo se necesita en Cataluña es ilusión por un futuro diferente.

Dar por hecho que todo el independentismo se pondrá de acuerdo en la persona y en el gobierno y, que en todo caso, las personas que han liderado los dos partidos independentistas con mayor número de escaños van a concurrir al debate de investidura, que no se puede hacer por videoconferencia, es mucho imaginar. Uno está huido y otro en prisión.

Por el contrario, debería Inés Arrimadas estar liderando reuniones con los partidos constitucionalistas para hablar del futuro que tanto interesa y preocupa a la inmensa mayoría de catalanes.

Sinceramente, creo que han pasado demasiadas cosas durante los últimos meses en Cataluña, y algunas demasiado graves, como para aceptar sin más, la misma noche electoral, que quien gana pierde.

Todos recordamos la actitud imperturbable del presidente Mariano Rajoy de hablar, negociar y pactar para gobernar. Fueron necesarias unas segundas elecciones, pero logró el acuerdo y, venciendo muchísimos obstáculos, formar gobierno y defender el interés general de los españoles; y desde entonces, partido a partido, o lo que es lo mismo, votación a votación, porque gobernar no es comodidad, y tampoco superficialidad. Unas veces toca plantar cara al rescate, y otras, aplicar el 155.

Otros gobiernos se fraguaron pactando en conocidos hoteles de Barcelona, y se acordaron muchas transferencias al Gobierno de la Generalitat. Seguro que no estuvieron exentas las negociaciones de muchas dificultades, pero conviene recordarlo porque, de lo contrario, flaco favor se hace a la memoria, no histórica pero sí colectiva.

La experiencia es evidente que causa un cierto desgaste y no aporta la curiosidad de lo nuevo, pero ofrece una gran tranquilidad a los ciudadanos que lo importante lo hagan quienes saben. Los calculistas que quieren permanecer inéditos para obtener no sé que réditos no son muy de fiar, o ¿a ver si en realidad lo que pasa es que no saben?

Los 57 diputados constitucionalistas de Cataluña deberían estar haciendo propuestas y trasladando tranquilidad y serenidad, pero también ilusión y coraje. Muchos catalanes lo esperan y lo necesitan. Lo que no se puede ni se debe es no hacer nada. A ver si resulta que la novedad es puro trampantojo.