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Javier Sánchez de Dios.

Crónica Política

Javier Sánchez de Dios

La rutina...

A estas horas, digeridos y comentados los datos del paro correspondientes a diciembre de 2017 y los del año al completo, es casi seguro que los análisis podrían, también, endosárselos al año anterior, aun con pequeñas variaciones en las cifras. Y, por supuesto, que recibirán el trato habitual según quien lo haga: las áreas gubernamentales dirán que la botella del empleo se está llenando a buen ritmo después de la crisis que provocó casi su vaciado y los sindicatos la verán como una apariencia en la que el aire ocupa más que el líquido. Como casi siempre. Pura rutina.

(Por seguir con el símil de la botella, el SEPE mantiene su costumbre de aportar las estadísticas sin especificar -lo que muchos, especialmente los sindicatos, entienden como una agravante específica- la calidad de los puestos creados ni cómo son las altas en la Seguridad Social, aparte de que su número positivo del año pasado resulte satisfactorio. Quizá si esos "huecos" y otros -que los hay- pudiesen eliminarse con los datos solventes que suele manejar el antiguo INEM, se eliminarían unas cuantas dudas, se haría aún más creíble el resultado y el conjunto de la sociedad ganaría en confianza. Pero esa es solamente una idea basada en un punto de vista personal),

Hecho el introito, y tras insistir en lo obvio -que una parte nada desdeñable del empleo creado este mes desaparecerá dentro de unas semanas para reaparecer en puertas del verano- procede insistir en que más vale algo que nada, que aquel "como sea" que reactivó Zapatero con el Plan E para maquillar los balances laborales y que, en definitiva, gran parte del desempleo español y gallego es estructural, habrá que convenir en que el desafío de eliminarlo requiere reformas en profundidad. Puede obtenerse la moraleja de que para ello habrá que recurrir a grandes pactos que alimenten acuerdos concretos aún más complejos. Y que sin eso, que han de lograr la patronal y los sindicatos bajo supervisión pública, quizá se resuelva una parte del asunto, pero poco más.

En términos de Galicia, el meollo del problema -estructural, conviene insistir- es aún más complejo. Por el peso que mantiene un sector primario que además está en crisis desde hace demasiado, por la escasa coherencia y las facturas internas de un empresariado incapaz de articular una estrategia común y por la desafección creciente -que es aún mayor que la desaceleración de la militancia- hacia los sindicatos. Y esos no son los únicos motivos por los que las estadísticas en este antiguo Reino oscilan tanto pero siempre entre parecidos y casi inamovibles niveles.

Como resumen -obligadamente parcial y apresurado- podría decirse que Galicia prospera, pero a un ritmo manifiestamente mejorable, algo que lograría si resuelve los defectos evidentes que la atenazan. Algo que puede hacerse, como demuestran los avances en sus exportaciones y en sectores como el turismo y los servicios, pero que van a necesitar un espíritu "patriótico" -dicho con la mejor de las intenciones- que pasa por reconocer, todos, que eso de "cuanto peor, mejor" es una estupidez enorme.

¿O no...?

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