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Javier Sánchez de Dios.

Crónica Política

Javier Sánchez de Dios

Un vía crucis

Pues la verdad es que no ha sido una buena forma para cambiar de año la confirmación del asesinato de Diana Quer con la aparición de su cadáver. Pero, como estas son fechas para la reflexión e incluso las intenciones de cambio que muchos afirman pero casi nadie cumple, no estará de más otro análisis. Que parte, como siempre, de una opinión personal que no ha de compartirse por obligación pero al menos sí debería provocar la atención de muchos ciudadanos afectos no sólo a las noticias, sino también al morbo que acompaña a unas cuantas.

Es un viejo debate, conste, el que se establece cuando hay que fijar el límite entre lo que ha de contarse y lo que atraviesa la frontera de la intimidad para entrar de lleno en lo que puede -y no debe, desde el punto de vista de quien suscribe- resultar una intromisión ilegítima en la intimidad de las personas bajo la excusa de la libertad de información. Es más: en ocasiones provoca un doble vía crucis, dicho con todo respeto: además del de la víctima -causado solo por su agresor-, el de sus familias, cuyas circunstancias se airean por especuladores y gentes que han hecho oficio de la maledicencia cuando no de la peor intención.

Puede ser ejemplo el tremendo caso de Diana Quer, y de algún modo el de la todavía desaparecida Sonia Iglesias, ambas en Galicia. En los dos sucesos, la opinión pública ha tenido acceso, además de a informaciones que podían ayudar a esclarecerlos, a otros detalles de carácter privado sin probada relación con el triste asunto y que sólo son útiles para alimentar la miseria moral de algunos y rellenar sus faltriqueras. Un penoso modo de ganarse la vida y una vida lamentable la que así se adquiere con la complacencia, disfrazada de "audiencia" de no pocos.

Y hay algo más que decir. El caso de esa joven Diana demuestra otra vez que existen determinados delitos, especialmente los relacionados con las agresiones sexuales a las mujeres, y/o a niñas y niños, que necesitan otra legislación. Y que no puede aceptarse que una supuesta buena conducta carcelaria suponga el ver a criminales en la calle sin cumplir su condena y que, en un alto porcentaje, reinciden o lo intentan en los mismos delitos que los llevaron a prisión. Hay ejemplos demasiado abundantes, y estadísticas fiables que lo demuestran.

Son casos, esos, en los que no caben jueces "buenistas", políticos que sólo defienden lo que les interesa y, por supuesto, leyes que muchas veces suponen tan sólo otro vía crucis para las víctimas y sus familias. Y convenga matizar que no se trata de negar los derechos que puedan asistir incluso a los delincuentes más terribles ni de la pretensión de recortar las garantías que establece un Estado de Derecho. Sólo de aplicar como es debido el principio con el que otra mujer, gallega y excepcional, Concepción Arenal, humanizó el antiguo Derecho Penal: "odia al delito y compadece al delincuente". Pero la compasión no debe confundirse con debilidad y menos aún con la patente de corso que en apariencia supone la aplicación en ocasiones más que de las leyes -que también- del reglamento penitenciario.

¿Verdad??

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