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Joaquín Rábago.

De cómo Occidente engañó a los soviéticos

Los halcones, esa especie política que por desgracia no parece correr peligro de extinción, han negado siempre que Washington prometiese a la URSS no ampliar la OTAN en respuesta a la disolución del Pacto de Varsovia. Pero numerosos documentos diplomáticos relativos a los compromisos verbales de varios gobiernos occidentales hechos públicos ahora por la organización privada National Security Archive, de la Universidad de Washington, indican lo contrario.

El propio presidente George H. Bush aseguró al último presidente de la URSS, Mijail Gorbachov, en la cumbre de Malta (1989) que Occidente no aprovecharía las revoluciones populares en la Europa del Este para atentar contra los intereses soviéticos. Su secretario de Estado, James Baker, les dijo a sus interlocutores del Kremlin que la OTAN no avanzaría "una sola pulgada" hacia el Este y que ni el presidente ni él mismo tratarían de sacar partido de las transformaciones que se estaban produciendo en la que había sido esfera de influencia de Moscú. A su vez, el primer ministro británico John Major dio garantías también verbales al titular soviético de Defensa, Dmitri Yasov, de que ni Polonia ni Hungría entrarían a formar parte de la Alianza Atlántica.

Algo parecido había expresado el ministro alemán de Exteriores, Hans-Dietrich Genscher, quien, según un cable de la embajada norteamericana en Bonn, había dejado claro en un discurso que la reunificación alemana no debía perjudicar a los intereses soviéticos.

El liberal Genscher llegó a proponer incluso que, tras la reunificación, el antiguo territorio de la Alemania comunista siguiese al margen de las estructuras militares de la OTAN.

También el canciller federal de Alemania Helmut Kohl comunicó personalmente a Gorbachov su convicción de que la OTAN no debía ampliar su "esfera de actividad". Y el entonces secretario general de la OTAN Manfred Woerner aseguró a los miembros de una delegación soviética que el Consejo del Atlántico Norte se oponía a una ampliación.

Pero una cosa eran todas esas seguridades verbales y otra lo que sucedía al mismo tiempo en Washington entre bastidores. Así, el jefe del Pentágono, Dick Cheney, halcón entre los halcones, recomendó en octubre de 1990 dejar entreabierta la puerta a una eventual ampliación del bloque militar. Y el secretario de Estado del Ministerio de Defensa Paul Wolfowitz animó a checos y polacos a rechazar la pretensión de Gorbachov, de asegurarse que no habría tal ampliación.

Lo sucedido desde entonces, con la ampliación de la OTAN a países del desaparecido Pacto de Varsovia, demuestra que todas aquellas promesas se las llevó el viento.

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