Aprovechando el puente de la Constitución y de la Inmaculada he tenido la oportunidad de pasar unos días en Nueva York, ciudad que admiro y estimo pero hacia la que siento un cierto rechazo por dos razones fundamentales: primero porque he estado a punto en dos ocasiones de ser destinado a ella en mi carrera profesional (ambas se frustraron en el último momento y por un auténtico suspiro); segundo porque tras haber vivido años en Washington mi predilección por esta ciudad norteamericana y por la calidad de su vida cotidiana es absoluta.

No obstante me gusta ir de vez en cuando a Nueva York donde, a pesar de su inmensa, variada y rica oferta de ocio y cultural, siempre hago lo mismo, como si de una pequeña ciudad o pueblo se tratara: visita a las exposiciones del Metropolitan y del MOMA, paseo por Central Park, misa en San Patricio y caminatas por la parte central de Manhattan, sin recurrir casi nunca al metro ni al bus y apenas en contadas ocasiones al taxi. Sólo esporádicamente he conseguido cambiar esta rutina, incluyendo alguna novedad que me ha llevado a conocer Harlem, Coney Island, Brooklyn, Battery Park y poco más. En futuras visitas prometo visitar el Museo del Barrio, la Spanish Society (creo actualmente cerrada por obras) o cualquier lugar de interés fuera de Manhattan.

Eso sí, siempre que puedo asisto a algún musical de Broadway, género por el que he ido adquiriendo notable interés y predilección. Esta vez he podido ver una representación del musical de moda, "Hamilton". Se trata de una obra que ha cosechado un triunfo rotundo desde su estreno. Debutó en febrero de 2015 en un teatro modesto antes de pasar en agosto al Richard Rodgers Theater y convertirse en una de las estrellas del circuito de Broadway. Allí sigue desde entonces con un éxito espectacular de crítica y público.

La obra trata de la vida de Alexander Hamilton, uno de los Padres Fundadores (o Founding Fathers), el único de los grandes -Washington, Jefferson, Adams y Madison- que no llegó a ser Presidente, tal vez debido a su prematura muerte, en un duelo con el vicepresidente Aaron Burr. La primera impresión es que uno está ante una obra convencional, con decorados y vestuario clásicos, pero enseguida te topas con una música radicalmente moderna y contemporánea. "Hamilton" incluye música de varios géneros, principalmente hip-hop, pero también rap y britpop. Sin embargo, su mayor mérito es narrar la historia de la revolución norteamericana de una manera desenfadada y asequible a todo el mundo, presentándola como una aventura protagonizada por jóvenes normales a los que les gusta divertirse mientras conspiran para construir un mundo mejor. Los actores que hacen de Washington, Jefferson y Madison son afroamericanos y sólo Hamilton -quien era hijo ilegítimo de un escocés y una franco-británica y había nacido en la isla caribeña de Nieves- está representado por un blanco. Y es que la obra es un canto a la multiculturalidad, rasgo esencial de la gran nación norteamericana por mucho que a algunos les pese. Multiculturalidad de razas y de músicas.

El autor de esta joya musical -tanto de la música, como de las letras y el guión- es Lin-Manuel Miranda, dramaturgo, compositor y actor nacido en Brooklyn en 1980 y de origen portorriqueño. Ya alcanzó un relativo éxito con su primer musical "In the Heights" pero es "Hamilton" la obra que le ha convertido en una estrella. El guión está inspirado en la biografía escrita por Ron Chernow.

Se dice que "Hamilton" puede causar una revolución similar a la que en 1943 provocó "Oklahoma", cuando Richard Rodgers y Oscar Hammerstein introdujeron novedades que cambiaron para siempre el musical americano. "Hamilton" supone también una originalísima manera de explicar la historia de Estados Unidos a los jóvenes norteamericanos, hasta el punto de que se está convirtiendo en actividad obligada para los colegios de todo el país. ¿Y si nosotros los españoles hiciéramos algo parecido con nuestra historia? Por ejemplo, un musical sobre Cristóbal Colón o sobre la gesta de Juan Sebastián Elcano.

Termino. Nueva York sigue sin figurar entre mis ciudades preferidas y lo lamento de veras. Es culpa mía y no de esa fascinante ciudad. Cuando paseo por sus calles no puedo quitarme de mi cabeza los duros versos de Federico García Lorca en su libro "Poeta en Nueva York": "La aurora de Nova York tiene / cuatro columnas de cieno / y un huracán de negras palomas / que chapotean las aguas podridas / La aurora de Nova York gime / por las inmensas escaleras / buscando entre las aristas / nardos de angustia dibujada".

*Diplomático