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Clave de sol

Según Christine Lagarde, los viejos viven demasiado

Los mayores son un peligro para la economía, en opinión de la directora del FMI

La directora del Fondo Monetario Internacional, la elegante francesa Christine Lagarde, acaba de denunciar en la reunión de Washington el gran mal de nuestra época, sin términos de gracia o cortesía como decía el viejo Código de Comercio (y agárrense que hay curva): "Los ancianos viven demasiado y tenemos que hacer algo ya porque son un peligro para la economía".

Doña Christine tiene "solamente" 61 años, que hace medio siglo eran los del comienzo de la etapa de sopitas y buen vino en el mejor de los casos, lo que hace suponer que su concepto sobre la ancianidad ha sido objeto de un saludable aplazamiento. Por propio interés, desde luego. No obstante, la actual longevidad, que en términos médicos se considera un gran avance de la salud pública, constituye al parecer un grave inconveniente para la economía y también para la sociedad.

Quienes hayan leído "Un mundo feliz", de Aldous Huxley, convendrán conmigo en que las espeluznantes previsiones de su audaz autor empiezan a cumplirse. ¿Qué hacemos con los viejos?... Lo primero será determinar con precisión cuáles son sus características en los tiempos actuales.

Simplificando mucho, yo diría que este novísimo concepto de la vetustez es el que corresponde al ser humano que ya no produce pero sí consume. Y eso, en términos mercantiles, supone una herejía intolerable. ¿Pero lo es también para la ciencia, la experiencia, la historia, la familia, la compañía y hasta el mismo derecho a la vida?

¿No recuerda todo esto los procedimientos de tribus salvajes para la eliminación de sus viejos decadentes?... Por ejemplo, los antiguos esquimales que, como lo más natural, abandonaban a los ancianos para dejarlos morir de hambre y de frío en un apartado "igloo". O, sin ir más lejos, al actual prestigio de las eutanasias fáciles, no siempre voluntarias, en algunos países civilizados.

Las consideraciones que priman en este caso no son de carácter humanitario, eso queda claro, sino económico: los seguros, los bancos, el riesgo financiero, las dichosas pensiones de las que tanto se habla sin aportar verdaderas soluciones. Habrá que pensar que los patrocinadores de este planteamiento se consideran inmortales.

La longevidad, lejos de ser un privilegio, se convierte así en un factor de riesgo. Vivir más de lo que puede considerarse razonable tiene sus costes que, al parecer, la sociedad rechaza ya asumir. Menos mal que nuestras vidas no dependen, creo yo, del Fondo Monetario Internacional.

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