Aunque el camino de Grecia a hoy es el de su paulatina relegación, el destino siempre anda por ahí, interviene cuando le parece y hace sus apuestas. Por vanidad, suele dejar rastros que dan cuenta de su presencia, y la llamada casualidad es uno de ellos. Seguramente Rajoy no cayó, al convocar elecciones, en que hoy era el solsticio de invierno, cuando la luz del sol (¿de cuál?) muere y renace, y víspera, encima, de la festividad del azar (el Gordo). El adjetivo que suele acompañar a la palabra destino es "fatal", pero es una redundancia, pues todo destino lo es, como hijo de los hados o el fatum. Aunque fatal tiene acepción peyorativa, ésta la han dado los perjudicados por su mano, y siempre hay también beneficiarios. No hay modo de predecir qué hará esa mano, pero en la tradición clásica castigaba al pecador de exceso. El problema es que todos acusan de ese pecado al otro.