Marta: "Me temo que soy una mujer complicada, dice tras desarbolarlo amorosamente el misterioso personaje que encarna Eva Green a James Bond (Daniel Craig, cómo me gusta cuando menos quiere gustar) en la estupenda "Casino Royale". Sé lo que quiere decir. La entiendo. Es una frase que he escuchado muchas veces de hombres que no le llegan a Craig ni al chicle que pisaron con la suela de los zapatos.
Eres tan complicada? Qué complicada eres? ¿Por qué eres tan complicada? La pregunta llegó de quien menos lo esperaba: el único tipo que no se asustó cuando empezó a ver que yo no era una mujer que aceptaba la sumisión, que no me callaba ni echaba a correr ante las contrariedades, que no aceptaba ser secundaria en un reparto dominado por escrotos competitivos.
No creo que fuera una simple fachada por su parte, una táctica para engañarme y dejarme con las defensas bajadas. Quizá necesito creerlo, pero esa urgencia me basta para considerarla justa. ¿Cómo se conjuga el verbo fracasar? Lo intenté, lo intentó, lo intentamos. Hasta que un día se dio cuenta de que yo estaba a punto de sobrepasarle en todos los terrenos y eso le hundió. Mejor que él en el trabajo, más valiente que él en la cama, menos lastrado que él por las dudas, más capacitada que él para superar obstáculos y, sobre todo, más dispuesta que él a entregarme sin desconfianzas ni titubeos. Suena altivo. Lo es. Lo soy, tal vez para protegerme.
Eso le descolocó y le desorientó y le alejó. ¿Por qué eres tan...? Sí, complicada, capaz de navegar entre mis contradicciones sin hundirme, lista para moverme en un mundo masculino sin atacar ni defenderme, segura de mis posibilidades pero sin alardear ni convertir la competición en una escalada con botas de clavos sobre los cuerpos de quienes me rodean. Complicada, cierto, por no esconder mis errores ni avergonzarme de mis debilidades, por no necesitar de una pareja para sentirme realizada pero dispuesta a tirar del carro cuando el camino se embarra. Y del barro saben muy poco los hombres que temen a una mujer complicada".
