Mucho antes que la ciclogénesis con nombre de mujer, "Ana", pasase por Ourense, otra, pero esta de descarga política, lleva mucho tiempo asentada. Se siente y se padece todos los días, incluso las fiestas de guardar. Y por más que se espere que por el horizonte aparezca un rayo de esperanza, sucede todo lo contrario, los nubarrones se convierten en la antesala de esa tormenta perfecta en la que nada se mueve, ni tan siquiera para tomar impulso en ese ideario de interés general.

Y ante la falta de entendimiento con acuerdos que lleven por la senda de futuro a la ciudad, nos encontramos con los reproches, las recriminaciones, los exabruptos y señalar a otros de culpas propias. Lo de las formas, tanto de unos como de otros dejan mucho que desear, y qué decir del talante, ese término que puso en circulación Zapatero. Después de lo visto, la conclusión no puede ser otra que la cotización que alcanza la hipocresía y, en mayor medida, el fariseísmo que unos practican y que tanto daño hacen a la cosa pública.

Pero más allá de las que atizan con descalificaciones de "causas podres" para colocar en el debe de los otros lo que debería formar parte de su haber de gestión, llena de borrones, lo preocupante es que muy poco se mueve en los temas sustanciales. La letra suena bien con lo del diálogo, el entendimiento, la negociación y tender puentes, pero si hablamos de la música, con planteamientos, intereses, partidismo, eso desafina más que un piano con teclas trucadas. Pero lo importante es no perder la esperanza, que diría el alcalde, aunque los ciudadanos pierden la paciencia cada día que pasa, con la impotencia propia de seguir pagando impuestos y sin atisbar cambios sustanciales en la calidad de vida.

Y cuando se plantea lo de asumir responsabilidades políticas, ni la aplastante realidad les vale. Eso sí, la mayoría, ante argumentos demoledores, se acogen al mensaje sabinista: "lo niego todo, incluso la verdad". Así va el negocio.