En esta jungla de narcisos, todo el mundo quiere su foto. Pero mayormente a lo que todo el mundo aspira es a fotografiarse con alguien que lo proyecte o lo eleve. He visto el selfie de la Reina en Dakar. Desde que a María Antonieta le separaron la cabeza del tronco, hay quienes dicen que el trato espontáneo acerca a la monarquía al pueblo. En esta cercanía del súbdito con sus reyes hemos progresado una barbaridad desde los años cincuenta de la corona inglesa que nos cuenta Netflix.

Pero a la pregunta de que para qué quieren esa foto los estudiantes africanos con doña Letizia se suma también la preocupación de para qué la quiere ella. Si su expresión más popular consiste en el clic de un teléfono. La mitomanía gracias a las nuevas tecnologías se ha ensanchado extraordinariamente.

Llevo algunos años en esta vida y soy bastante refractario al clic. Se puede decir que estoy absolutamente demodé, jamás me ha preocupado salir en las fotos, y mucho menos con los demás.

Gracias a este oficio he tenido oportunidades de retratarme con unos y con otros, personajes famosos y relevantes, y a la hora de hacerlo me ha invadido la pereza. De manera que no estoy en las fotos con nadie, salvo con algunos de los seres queridos. Carezco de ese tipo de trofeos, nunca me han atrapado las mitomanías. Recuerdo que Arthur Koestler le dijo a un admirador, que le expresaba su emoción en persona, que querer conocer a un escritor por su obra es como si a uno le gustase mucho el foie gras y pretendiera que le presentaran a la oca. Esa frase de Koestler me ha venido muchas veces a la cabeza ante el riesgo de un selfie famoso.