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Joaquín Rábago.

Antisemitismo

En este mundo al revés en que vivimos, el presidente más racista de la reciente historia de Estados Unidos, alguien que no dudó en calificar hace unos meses de "gente estupenda" a unos compatriotas supremacistas, es hoy el mejor valedor de Benjamin Netanyahu. Y quienes osan criticar la política israelí de asentamientos ilegales y, obedeciendo sólo a su conciencia, denuncian en público las continuas humillaciones impuestas al pueblo palestino son calificados sin más de "antisemitas".

Si se trata de alguien como Noam Chomsky, Shlomo Sand o tantos otros intelectuales a quienes su condición de judíos no impide censurar lo que ven como algo totalmente contrario al espíritu del mejor judaísmo, se verá inmediatamente acusado de autofobia.

La decisión de un ignorante de la historia como el presidente Donald Trump de reconocer a Jerusalén como capital del Estado judío antes de que se resuelva el contencioso en torno a su parte oriental, ilegalmente ocupada por Israel, ha dado lugar a fuertes protestas no sólo en el mundo islámico sino también en países europeos de fuerte inmigración árabe. Era inevitable, y Trump debía saberlo, pero ¿qué le importan a él las consecuencias de sus actos en otros países aunque éstos sean supuestamente aliados? Europa está lejos de Estados Unidos y ¡allá se las arreglen ellos!

En Alemania hubo musulmanes que quemaron en público banderas con la estrella de David, y era más que evidente que los políticos de todos los partidos de un país que no puede ni debe olvidar el Holocausto iban a condenar sin paliativos tales acciones.

"No aceptaremos que se ofenda de ese modo a los judíos o al Estado de Israel". "Quienes queman banderas israelíes, incendian también nuestros valores". Son afirmaciones que se han salido estos días de los labios de políticos alemanes de distintos partidos. ¿Es, sin embargo, punible en Alemania quemar la bandera de otro Estado? No, según la actual legislación a menos que se trate de la bandera colocada en algún edificio oficial o una representación diplomática.

Es evidente en cualquier caso que quemar una bandera con la estrella de David, aunque sea una comprada por un par de euros en internet, tiene connotaciones muy especiales en este país. Como lo tienen también los llamamientos a no comprar productos israelíes, pues es algo que recuerda el "boicot a los comercios judíos" durante el Tercer Reich.

Cada país tiene su propia legislación sobre la profanación de la bandera, y así, por ejemplo, el Tribunal Supremo de Estados Unidos, resolvió en 1989 que se trata de un acto constitucionalmente protegido como libertad de expresión.

Con independencia del rechazo que le provoque a uno, como es el caso de quien esto escribe, la quema de una bandera, símbolo de un Estado y no de un Gobierno, está claro que ese tipo de acciones en nada ayudan a la causa que se pretende defender. Porque permiten a Netanyahu y los suyos, tan alejados del espíritu liberal del judaísmo ilustrado europeo, mezclarlo todo y descalificar como "antisemitismo" lo que sólo pretende ser crítica a la actuación de un Gobierno y defensa de la aplicación universal de los derechos humanos.

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