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Torpezas electorales

El ascenso de Puigdemont y el florecer de Arrimadas

ERC tiene que alejar de su estrategia electoral a todos aquellos que en pocas horas contribuyeron a disuadir a Puigdemont de que convocara elecciones, cuando el entonces presidente de la Generalitat estaba dispuesto a hacerlo incluso con nocturnidad, en plena madrugada. En aquel momento, con el "procés" agotado, sin saber qué hacer después de una declaración la independencia -como luego se vería- y antes de la puntilla del 155 al autogobierno catalán, Esquerra se anticipaba como la opción ganadora en caso de un llamamiento a la urnas. Esa posición aventajada sufrió un desgaste acelerado desde que Puigdemont se transformó en su propia lista. El ego del expresidente se adueñó de la campaña en el frente del independentismo hasta conseguir convertirse en el centro del problema catalán. Puigdemont no habla de lo que será de Cataluña sino de qué ocurrirá con su persona a partir del día 22. Hay un culto al líder que afila el perfil populista del soberanismo y acentúa la alta volatilidad del fugado a Bruselas, tan liberado en lo político que ya no tiene que rendir cuentas a nadie de sus decisiones.

ERC se sometió con insólita docilidad a las nuevas normas de juego impuestas por su antiguo socio de Gobierno y las encuestas no paran de rebajar su posición antes dominante.

En el otro frente, Ciudadanos arrebató la bandera del 155 al PP y crece, hasta aparecer en algunas encuestas como la fuerza más votada, sobre la base de ese electorado satisfecho de que el desafío del independentismo tuviera una respuesta política contundente y el Gobierno dejara de refugiarse bajo las togas. Que el PP no consiga rentabilizar esa decisión pone en evidencia la percepción de muchos votantes de que los populares no entienden el problema catalán: no lo hicieron cuando actuaron como fuerza de choque contra el Estatuto ni cuando dejaron crecer el globo secesionista hasta que fue inevitable hacerlo estallar.

El PP pugna con la CUP por la última plaza, a tenor de las encuestas, porque juegan además con la desventaja de un mal candidato. García Albiol no resiste la comparación con Arrimadas, pero tampoco con otros de sus propias filas, como su portavoz en el Parlament, Alejandro Fernández, un parlamentario hábil y libre del verbo oscuro del exconcejal de Badalona.

El florecer demoscópico del partido de Rivera, con una fuerte tendencia a que sus expectativas queden insatisfechas, anima a sus estrategas a disputar votos en todos los frentes y a poner en el punto de mira al PSC. Ese torpe rebañar es una buena forma de pegarse un tiro en el pie: si los socialistas no crecen lo suficiente Arrimadas puede abandonar, si la tuviera, toda esperanza de ser presidenta de la Generalitat.

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