Uno de los mayores ejemplos de honestidad que recuerdo entre un futbolista y un árbitro se produjo en aquel histórico triunfo de Colombia por 0-5 en Buenos Aires frente a Argentina en la fase de clasificación para el Mundial de 1994. La obra perfecta de los Pacho Maturana, Valderrana, Asprilla, Freddy Rincón o el "Tren" Valencia y cuyo eco aún resuena. El partido guarda una anécdota maravillosa. Cerca del final, con 0-4 a favor de los colombianos y el Monumental de Núñez pitando a los suyos, Simeone -siempre un ejemplo de elegancia y deportividad- reventó con un codazo el labio del "Tren" Valencia en una pelota dividida. Roja de manual. Parte de los internacionales colombianos se lanzaron como fieras a por el colegiado, que era el uruguayo Ernesto Filippi, para reclamar la expulsión del argentino. Gritos y empujones hasta que entró en escena "Barrabás" Gómez, un viejo zorro que cargaba con sus 34 años llenos de experiencia y cicatrices. Se acercó al árbitro y en medio del lío que se había formado le dijo muy tranquilo: "No lo eche Ernesto, déjelo en el campo, que luego van a utilizar como excusa el arbitraje y dirán que también les goleamos por eso". Filippi miró al colombiano y no pudo reprimir al uruguayo que llevaba dentro: "Hecho, pero háganles el quinto gol a estos hijos de puta".

Al fútbol le falta sinceridad. En la palabra y en el gesto. La peor enseñanza que nos deja el horrendo arbitraje de Munuera Montero en Mestalla es que la exageración y el engaño siempre son mejor elección para un futbolista que cualquier arranque de honestidad. Es lo que le sucedió a Jonny. El lateral fue objeto en Mestalla de un claro penalti que seguramente no se señaló porque en su cabeza solo existía la idea de marcar el gol de su vida. Iba camino de ello. Se había deshecho de tres rivales en apenas dos baldosas y por eso su intención, tras sentir el contacto con Paulista, fue la de continuar en busca del balón porque su mente seguía esperando la finalización de su obra. Pudo desmoronarse para hacer más evidente la falta, caer de manera más ortodoxa, recrearse en la zancadilla del valencianista, pero eligió ir en busca del balón y dar esos dos pasos agónicos antes de caer finalmente al suelo.

En el segundo tiempo a Carles Gil le bastó con sentir el leve contacto de la bota de Pablo Hernández para caer desplomado como si un francotirador lo hubiese abatido desde el graderío. Una magnífica interpretación, una simulación que encontró la recompensa que buscaba. El valencianista, con todos los caminos cerrados, estaba en el área sin otra intención que la de zambullirse en el área en cuanto sintiese la proximidad de un rival y Munuera, un discreto profesional de lo suyo, cayó en esa trampa.

Los protectores de la moral futbolística se mostraban la noche del sábado muy indignados con las palabras de Aspas y de Hugo Mallo, desmedidos en algunas de las expresiones que utilizaron para anunciar que no le enviarán postal navideña este año a Munuera. "Son un mal ejemplo para los niños" dijo algún pusilánime. Preocupados por juzgar las declaraciones posteriores de quienes se sentían ultrajados por el árbitro nadie reparó en la diferencia entre Jonny y Carlos Gil y en la enseñanza que también deja en el ambiente. Tiraos siempre niños, exagerad las caídas, no disimuléis los golpes, olvidad esa estúpida costumbre de perseguir el balón en el área, sed conscientes de que siempre hay un árbitro al que se puede engañar y elegid "teatro" como actividad extraescolar.

No creo en campañas extrañas, ni en manías persecutorias. Creo en los buenos profesionales y confío en que ese dichoso VAR traiga un poco de justicia a este fútbol, que falta hace. Y ojalá de su mano también brote algo de honestidad sin necesidad de llegar al extremo de "Barrabás" Gómez y Ernesto Filippi.