Josep Rull, uno de los exconsejeros imputados por rebelión, se ha quejado públicamente de la calidad de las hamburguesas de Chez Estremera. Las servían quemadas, según él, y eran muy "flatulentas". También echó de menos copa de cristal y cubiertos metálicos para comer. A Rull, que a distancia despierta cierta perplejidad, por no hablar de otras cosas, le faltó decir que el servicio no estaba a la altura de un restaurante de la Guía Michelin.

La vida es una broma en continua ebullición, pero si no fuera por ello al exconseller, sólo por el hecho de lamentarse de la cubertería, tendrían que volver a enchironarlo. A nadie con un cerebro superior al de una almeja se le ocurriría que en una cárcel puede haber a disposición del cliente tenedores y cuchillos metálicos. Tampoco existe lo que se dice "flatulencia" en una hamburgesa, aunque referirse ella como si fuera la de uno mismo por culpa de los gases tenga su defensa en lo meramente coloquial. Rull es, sin miedo a equivocarse, otra lumbrera extraída del arcón para dar el paso al frente que requería el independentismo payés.

En el balance gastronómico de fin de año, nos hemos quedado sin saber lo que opina su compañero Turull de la cocina de Estremera, pero suponemos que tampoco le habrá gustado, ya que una de las primeras cosas que hizo nada más dejar el trullo fue dirigirse a la pâtisserie gerundense de la familia de Puigdemont.

La historia de la política, aunque se trate de la infrapolítica, alberga cantidad de clichés y fórmulas recurrentes de susprotagonistas. Rull, sin ser gran cosa, inspira mejor que nadie y desde el momento en que decidió quejarse de la hamburguesa "flatulenta" el caganer del procés.