Ni presión ni exceso de presión. La exclusión del Noroeste del diseño comunitario del transporte de mercancías a Europa a través del Corredor Atlántico -junto con el del Mediterráneo, los dos ejes fundamentales y prioritarios en la península ibérica- se debe más bien a todo lo contrario. La incapacidad e ineficacia de los sucesivos ejecutivos, en Madrid y en Compostela, para ponerle remedio o reclamarlo en Bruselas tienen la culpa. El resultado es que además de llegar últimos a Europa sufriremos en el mejor de los casos una demora de más de 20 años, si es que alguna vez llegamos.

Cuando en 2010 se iniciaron las negociaciones en la UE para fijar los grandes ejes del transporte de mercancía por ferrocarril, nuestros gobernantes proclamaron a los cuatro vientos que Galicia estaría integrada en el gran corredor que uniría la fachada atlántica y los puertos portugueses de Leixões y Sines con el centro de Europa. Desgraciadamente, nada de eso ha ocurrido. Pero no solo el poder central tiene la culpa, aunque gran parte sea suya. También los gobiernos autonómicos del cuadrante norte peninsular la tienen, y no poca.

Otras regiones supieron en su día evitar lo que parecía inevitable. Las del arco mediterráneo, por ejemplo, dieron un golpe sobre la mesa e hicieron valer su peso para corregir la marginación en que habían sido confinadas en los planes comunitarios. Con movilización social incluida. Y con esa presión siguen para dar celeridad a las obras.

Aquí no ocurrió tal cosa. Entre otras razones porque a Galicia le cuesta aún asumir que en el Noroeste peninsular solo es posible un liderazgo: el suyo. Galicia es la periferia de la periferia pero, pese a ello, es la comunidad más pujante, dinámica y con más recursos del Noroeste. Y como ya hemos dicho en este mismo espacio editorial, la única con masa crítica poblacional y empresarial e identidad suficientes para asumir ese rol de liderazgo. Lo que ella no lidere en este cuadrante peninsular, quedará sin liderar. Así de simple.

Cataluña y Valencia estuvieron, y así siguen, más en sintonía que nunca para pujar por el Corredor Mediterráneo, de Algeciras a Girona. Dos objetivos sustentan el proyecto: proteger el medio ambiente restando tráfico a las carreteras y convertir los puertos del Este español en puerta de entrada hacia Centroeuropa para ahorrar costes logísticos.

Aquí la cumbre del Noroeste nada se hizo escuchar a tenor de los nulos resultados. Lo que está ocurriendo con la red europea de transporte es un síntoma de la poca convicción de Galicia, Asturias, Castilla y León y Cantabria para compartir objetivos. De hecho ésta última se descolgó al poco del frente común autonómico para reivindicarlo. La misma capacidad de acción e impulso que se echan en falta, por ejemplo, para relanzar la Eurorregión con el Norte de Portugal y sacar provecho a todas sus potencialidades.

Lo incomprensible y lamentable es que no aprendamos la lección. Por no hablar del trampantojo creado con los plazos. Cuando los gobiernos de Galicia, Asturias y Castilla y León se unieron para exigir su entrada en el corredor prioritario y así optar a fondos europeos, y los empresarios y cámaras de comercio de las tres autonomías hicieron presión en el mismo sentido, Fomento salió al paso prometiendo que elevaría esa demanda a Bruselas en 2018. Pues bien, aunque nunca antes informó de ellos, el ministerio dice ahora que los nuevos plazos (periodo 2027/33) ya se sabían desde 2013, eran públicos y conocidos por las autonomías, y culpó de ellos a la UE.

Ni Galicia ni el resto del Noroeste merecen quedarse descolgados del tren europeo al que otros territorios se han subido. Aunque solo sea, de momento, a través de los oportunos ramales secundarios que lo enlacen con el Corredor Atlántico. Ya se luchará después con firmeza por dar el salto a la categoría principal. Pero no estamos para perder más décadas. El grito común de los agentes económicos y empresariales de que lo que está en juego es la competitividad de nuestra economía y con ella, nuestro propio futuro, debe hacerse oír de una vez.

Mirar al pasado sirve de poco, salvo para reafirmarnos en el convencimiento de que los errores no deben repetirse. No caben más milongas ni mentiras. Bastante parsimonia y falta de reflejos ha habido. Es tiempo de hacer lo que no se hizo a tiempo. Y de que el Gobierno costee la obra si por ahora no se pueden usar fondos europeos. Porque Galicia no puede esperar otros diez años a que se abra el grifo comunitario y otros tantos de obras para poder competir en condiciones de igualdad con otras áreas geográficas que ya disponen de comunicaciones modernas.