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Ánxel Vence.

Crónicas galantes

Ánxel Vence

Qué es eso de ser español

Los próceres de la Generación del 98 ya debatían sobre el asunto

Francés de Barcelona, el ex jefe del Gobierno con sede en París, Manuel Valls, anima a los españoles a debatir sobre qué es ser español. Si un político con esa biografía transnacional no lo sabe, por fuerza ha de ser difícil la respuesta a tal pregunta.

En otros países menos dados al surrealismo que España, la cuestión ni siquiera se plantea. Los juristas están a lo que dicen sus Constituciones o, en el caso de no existir estas, a la jurisprudencia que define la condición de ciudadano de un país.

Al español, en cambio, se le suele definir por exclusión de otras nacionalidades. El ejemplo más notable lo ofreció hace ya más de un siglo -en el año 1876- el insigne conservador Antonio Cánovas del Castillo.

Harto de que los partidos no consiguieran ponerse de acuerdo sobre ese punto fundamental de la Constitución que se estaba escribiendo entonces, Cánovas optó por la ironía. "Pongan ustedes", dijo a los redactores de la Carta Magna, "que español es el que no puede ser otra cosa". Al final se optó por una fórmula más convencional, como es lógico.

Las dudas expuestas por Valls, español de nacimiento y francés de ejercicio por decisión de sus padres, tienen que ver con un problema de identidad, naturalmente. Sostiene el anterior primer ministro de Francia que los españoles han de consolidar "un nuevo patriotismo" para superar un "complejo de inferioridad" que acaso proceda de la época en que el nacionalista Franco Bahamonde llenaba de banderas hasta los estancos.

No es Valls el único, aunque tal vez sí el último que se preocupa de estas indefiniciones tan hispanas. Ya los próceres de la Generación del 98 debatían sobre el ser de España con la misma pasión que los sabios de Bizancio aplicaban a discernir cuántos ángeles caben en la cabeza de un alfiler.

Más de un siglo después, el asunto sigue en vías de irresolución, lo que quizá explique las distintas -y a menudo imaginativas- soluciones que los políticos de la actualidad aportan al problema. Hay quien habla de nación de naciones o de Estado plurinacional, que viene a ser lo mismo; y ni siquiera faltan las propuestas federales, confederales y asimétricas para darle a todos los reinos autónomos de la Península un encaje en el que se sientan cómodos.

Puede que en el fondo se trate de un conflicto entre el Derecho y los sentimientos, que son emociones no necesariamente relacionadas con las leyes.

Uno puede sentirse gallego, catalán, vasco o andaluz -a la par que español, o no-, sin que ello surta efectos legales. Los secesionistas de Cataluña trataron de darle oficialidad a ese sentimiento por medio de una declaración de independencia que fundamentaría la nacionalidad catalana. Pero ya se sabe cómo ha acabado ese empeño.

Quizá el expremier francés Valls, nacido en Barcelona; o la alcaldesa de París, Anne Hidalgo, gaditana de origen, pudieran aportar el valor de su experiencia binacional para una adecuada comprensión del asunto. Infelizmente, la única propuesta de Valls consiste en que nos preguntemos, como en el 98, qué es eso de ser español.

Ni una sola alusión a la ciudadanía europea que tanto ayudaría a superar los eternos conflictos del continente. Y de la condición de cosmopolitas, o ciudadanos del mundo, ya ni hablamos. Seguiremos debatiendo sobre el sexo de los ángeles y la esencia -al parecer, enigmática- de los españoles.

stylename="070_TXT_inf_01"> anxelvence@gmail.com

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