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Con otra cara

No hay un porqué

Ni puedo ni quiero imaginarme lo que tiene que ser vivir con miedo a que te den una paliza o a que te maten por servir el pollo frío, por recriminarle que venga a casa bebido o por llegar media hora tarde del trabajo. O por romper con él o por enamorarte de otro. O por contestar.

O por no contestar...¿Qué más da? Si escuchas a las mujeres que viven o han vivido este infierno, te dicen que no hay un porqué. Ellas son los sacos de boxeo en los que estos miserables liberan sus frustraciones y sus inseguridades.

Vale. Y los demás ¿qué hacemos? Lo del lazo está muy bien, y lo de las concentraciones de protesta cada vez que hay un crimen machista. Hay charlas en los institutos, campañas de concienciación y anuncios repudiando la violencia de género. Los medios de comunicación nos hinchamos a hacer reportajes contra los malos tratos, a contar las vidas de las mujeres asesinadas por sus pareja y exparejas para que las cifras no nos insensibilicen, a intentar convencer a las adolescentes de que revisarte el móvil y controlar con quién hablas no son pruebas de amor sino comportamientos intolerables. Instamos a las víctimas y a su entorno a denunciar, a intervenir cuando se presencia una agresión, a no permitir ni un golpe, ni un insulto, ni una humillación. Fantástico.

Pero todo esto no evita que más de 52.000 mujeres maltratadas se encuentren en situación de riesgo en España, muchas de ellas jovencísimas, y que casi 50 hayan sido asesinadas este año. Entonces, ¿qué? Ni idea, pero es evidente que estamos fallando.

Algo falla cuando mi vecina comenta, cargada de razones, que no le gusta la novia de su hijo porque "es una fresca que, al poco de conocerse, ya se estaba acostando con él". Algo falla cuando ves algunos programas de televisión en los que lo único que se pide a las chicas es un meneo de culo y una sonrisa. Algo falla cuando se cuestiona el testimonio de una cría de 18 años que acusa a cinco tipos de haberla violado en un portal en los Sanfermines porque a los dos meses un detective la ve riéndose por la calle y saliendo con sus amigas en vez de enclaustrarse en su casa a llorar. O cuando se insinúa que lo que le ocurriera esa noche es culpa suya por ir por la calle sola, de noche, borracha o con minifalda.

¿Qué más da? Ni en los malos tratos, ni en los insultos, ni en los acosos sexuales ni en las agresiones ni en las violaciones hay un porqué que valga. Buscar en el comportamiento de la mujer algo que justifique a estas bestias no hace más que perpetuar esta lacra. Las víctimas solo son culpables de una cosa: de ser mujeres.

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