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Matías Vallés.

Kevin Spacey ha matado a más de uno

"¿Quién decide a quién se juzga?"

Uno de los misterios de la contemporaneidad es que Donald Trump pueda ser presidente de Estados Unidos en la realidad y que a Kevin Spacey se le prive del cargo en la ficción, siendo que ambos han cometido los mismos atropellos. Cuando el inquilino de la Casa Blanca de carne y hueso daba instrucciones ante las cámaras sobre la técnica para agarrar los genitales femeninos sin permiso una de sus votantes declaró que "esto lo hace más humano". De hecho, no le restó ni uno de sus sesenta millones de votos.

En un acto público a dúo, le provoqué a Maruja Torres: -Sé que preferirías estar con Kevin Spacey a estar conmigo. -Y sobre todo, sabes que él preferiría estar contigo que conmigo. Me temo que este diálogo y la mitad de los guiones cinematográficos quedan hoy englobados bajo el Derecho Penal. Nadie dirá que la humanidad ha renunciado a las misiones imposibles. El planeta se ha decidido a purificar sexualmente Hollywood ante la imposibilidad de limpiar el Vaticano, donde el jefe de la Inquisición está imputado por encubrir abusos a niños sin que esta atrocidad implique su destitución fulminante.

Ningún cinéfilo ha olvidado el día en que descubrió a Spacey enderezando la pierna oblicua en "Sospechosos habituales", ni su escena gloriosa en "Seven". Hoy debemos compartir tantos cargos criminales como los votantes de Oriol Junqueras. Cuando se acabe con los violadores de segunda fila, procede quemar los cuadros de un tal Picasso, un abusador por encima de los hasta ahora descubiertos. ¿Y Woody Allen? Messi, Neymar o Ronaldo no han sido castigados tras cometer crímenes deleznables contra la sociedad. Al contrario, a los grandes defraudadores se les ha subido el sueldo.

"House of cards" es la versión sucia de "El ala oeste de la Casa Blanca". En su papel de Frank Underwood, el proscrito Spacey ha matado a conciencia a más de un obstáculo, y me temo que Netflix ha privilegiado el agotamiento del argumento al argumento moral. Los abusos del poder no desaparecerán hasta que cambien las relaciones de poder, y los sondeos electorales confirman su continuidad. No se pueden exigir gobiernos duros sin padecer sus excesos. Ausente esta revolución, la ficción será el único refugio de la realidad, el territorio donde Spacey da rienda suelta a sus bajos instintos ante audiencias millonarias. En la extraordinaria película japonesa "El tercer asesinato" se plantea un esclarecedor "¿Quién decide a quién se juzga?"

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