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Sólo será un minuto

Los recuerdos que no habrá

Tomás: "La primera chica que me hizo amar el otoño se parecía a la cantante Françoise Hardy y nos gustaba pasear pisando hojas dormidas. Mucho tiempo en silencio. Esperando las palabras que más nos gustase compartir. Quince años, qué quieres. Esa edad. Tantos suspiros, tantas alabanzas, tanta incertidumbre por tonterías. Roces. Alientos. El vaho de su sonrisa escalando hacia cielos grises. Ese crujido de hojas bajo nuestros pies. Sabíamos que no duraría siempre. A ella le dolía demasiado la vida y a mí me ahogaba la mía. Así que vivíamos cada paseo como si fuera el último. Hasta que así fue. La recuerdo como si la viera ahora mismo, y ya pasaron treinta años. Abrigo rojo, vaqueros negros y su media sonrisa a punto de caerse al suelo. No exactamente triste, melancólica siempre. El parque estaba vacío (la bella soledad de los caminos sin principio ni finalidad) y no hizo falta que dijera lo que ambos esperábamos. Que se iba lejos. Nunca te enamores de alguien con calendarios nómadas. Eso le dije a mi hijo cuando empezó a tontear y tantear amores urgentes. Se casó con una azafata, así que mucho caso no me hizo. Mejor para él. Peor para mí cuando lo viví en mis propias carnes. Quizá si hubieran existido internet y los teléfonos móviles hubiéramos podido darle una oportunidad a otras estaciones que no fueran el otoño, pero ni siquiera nos molestamos en prometer que nos escribiríamos. Y tal. Los dos sabíamos que nuestro carácter necesitaba una lanzada así en el costado de la experiencia. Dolorosa, olorosa. Y algún día, hermosa con sus ropajes nostálgicos. Cada 20 de noviembre la recuerdo escuchando a Hardy. Cómo hubiera sido el invierno y el verano y la primavera juntos. Lo imagino y es tan intenso que se convierte en el mejor de los recuerdos que nunca viví".

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