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Juan Gaitán

Sardinas en peligro

Como hago tantas veces, antes de escribir miro durante un rato al mar. Igual que en aquel poema de Neruda, es tan enorme que "no había dónde ponerlo. Era tan grande, desordenado y azul que no cabía en ninguna parte. Por eso lo dejaron frente a mi ventana".

Y ahí está, mirándome tal vez como yo lo miro, reconociéndonos los dos, porque entre el mar y yo, estoy seguro de haberlo dicho antes, hay más de un lazo. Ambos tenemos la misma sangre de jilguero y la misma memoria de espejo.

Pero hoy, esta mañana, el mar que yo veo grisea (acaso también griseo yo). No son buenos tiempos, tampoco, para él. Ahora, dice un informe del Consejo Internacional para la Exploración del Mar, se le están acabando las sardinas, que es como si a mí se me acabaran los adjetivos.

Parece ser que en el plazo de un mes la Comisión Europea, que nos manda y gobierna desde Bruselas, podría aprobar una moratoria de pesca de la sardina durante varios años, a fin de que se recupere la especie, desde el golfo de Cádiz hasta el Cantábrico.

A mí siempre me han parecido muy lorquianas las sardinas, con su traje de azabache y plata, como los toreros barrocos. Las sardinas fueron siempre una humilde exquisitez de dioses salinos, pero ahora corren el riesgo de extinguirse dejándonos huérfanos a muchos, a todos aquellos que hemos satisfecho el apetito y la gula con un bocadillo de sardinas en aceite o, como hacemos aquí, en este pespunte de agua y arena que es el litoral del sur, donde generaciones hasta donde se nos pierde la memoria han alejado el fantasma del hambre asándolas. Aquí inventamos ese modo de comerlas que ahora imitan en otras partes, el espeto, en el que se aúna la mezcla perfecta de varios elementos naturales. El espeto requiere fuego, arena, cañas, sardinas frescas y tradición, esa sabiduría de la supervivencia con casi nada, de construir milagros con elementos modestos y sencillos, hacer alta gastronomía con un pescado modesto pinchado en media caña, y que tal vez pronto será un lujo al alcance únicamente de quienes puedan pagar el alto precio de lo escaso.

Siempre tiene uno la sensación de que todo cuanto le era frecuente llegará un día en que será una rareza. Se nos van a terminar las sardinas y, dentro de no mucho, tal vez diremos "¿te acuerdas?" al hablar de ellas. No sé si estamos acabando con el mundo o el mundo se acaba solo, día a día, para poder empezar de nuevo, pero esto no hay corazón que lo resista.

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