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José Manuel Ponte

inventario de perplejidades

José Manuel Ponte

La matraca del monotema

Oír hablar a todas horas sobre lo mismo puede convertirse en una tortura

Tenemos murga catalana para rato. Pero ya cansa. Comparto el hastío del compañero de celda de Jordi Sànchez en la cárcel de Soto del Real. Un preso de esos llamados de confianza que ha pedido a la dirección del penal el cambio de destino porque ya no aguanta la matraca del monotema soberanista que le endilga su colega de reclusión, el que era hasta hace poco, cuando aún andaba libre por la calle, cabeza visible de la Asamblea Nacional de Cataluña. Oír hablar a todas horas sobre el mismo asunto puede convertirse en una tortura equiparable al ruido que hace una gota de agua cayendo de un grifo deliberadamente mal cerrado. Al cabo de un tiempo te vuelves loco. Y eso es lo que estaba a punto de ocurrir con el llamado procés sobre la independencia de Cataluña. Durante meses, y de forma creciente, no se hablaba, no se oía, y no se escribía o leía, otra cosa, hasta alcanzar un grado de saturación cercano al paroxismo. Tanto que, muchos acabamos agradeciendo que la aplicación por el Gobierno del famoso artículo 155 tuviese el efecto benéfico de calmar los ánimos de independentistas y no independentistas, y pudiéramos recuperar el sosiego perdido (en ocasiones, dos bofetadas bien administradas tienen el efecto terapéutico de cortar un brote de histerismo). E incluso durante el fin de semana nos sonó a música celestial la tabarra de las retransmisiones futbolísticas, con sus locutores desatados aullando como lobos los goles y las ocasiones perdidas. Desgraciadamente, la felicidad nunca es completa y al poco nos enteramos que el señor Puigdemont y cinco exconsejeros de su Gobierno se habían ido a Bruselas con la aparente intención de ponerse fuera del alcance de la Justicia española. He seguido por televisión la rueda de prensa de los fugados en la capital de Bélgica y, como siempre ocurre con las declaraciones del último presidente de la Generalitat, no quedó claro si estaban allí para pedir asilo político, para denunciar ante Europa y resto del mundo la persecución criminal de la que es objeto por parte del Estado español, o para tomarse unos mejillones. Una confusión que aumenta al oír de su boca que acepta como legal la convocatoria de unas elecciones en aplicación del artículo 151 de la Constitución española que él previamente había rechazado. Visto lo visto, me temo una nueva ofensiva soberanista a medida en que se acerca la cita electoral del 21 de diciembre.

Con tres ejes de campaña muy bien definidos. El primero, la existencia de un "gobierno en el exilio", como acaba de señalar el diputado independentista Lluís Llach, autor de la conocida canción "Viaje a Ítaca". El segundo, la permanencia en la cárcel de los dos Jordis (que son algo así como El Dúo Dinámico del soberanismo callejero). Y el tercero, la reedición del bloque electoral soberanista a cuyo resultado electoral volverá a darse interpretación plebiscitaria si fuese favorable. Mientras eso cuaja, podemos entretenernos contestando a algunas preguntas. Por ejemplo, estas. ¿La huida de parte del Gobierno catalán a Bruselas formaba parte de un plan trazado con anterioridad o se trata de una improvisación de última hora? ¿Quién financia todo eso, o ya disponían de un fondo de reserva? Nadie vive del aire.

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