Pues no parece que pueda sorprender a alguien que se califique de "paradoja" el hecho de que la barbarie incendiaria que hace una semana asoló más de 35.000 hectáreas de suelo gallego no solo no fue condenada en las calles sino que los que salieron a ellas condenaron -si es que lo hicieron- menos a los de las antorchas que a la Xunta. Y da igual qué Xunta, porque si los protestantes se referían a la de Feijóo, es demostrable que la política no ha sido muy distinta ni con el bipartito ni antes con el tripartito, ambos con buenos conselleiros de izquierda.

En este punto es posible que convenga matizar, sobre todo frente a quienes solo consideran aceptables las opiniones que les dan la razón, que el introito no pretende criticar ni el derecho a manifestarse, que dentro de la normalidad es algo perfectamente factible, ni la libertad de expresión, que es conditio sine qua non para cualquier democracia. Pero, dicho eso, conviene reclamar que se ejerzan ambos no para manipular los hechos, sino para, desde un escrupuloso respeto a lo ocurrido, buscar -o reclamar o exigir- soluciones a las causas que podrían provocarlos.

Por eso, a estas alturas y con los datos sobre la mesa, no deberían existir dudas acerca de que, hablando del fuego, lo primero que hay que condenar es a quienes lo han causado de forma intencionada y, por tanto, criminal. Y a partir de ahí analizar -otra vez- por qué ocurre lo que ocurre en aquellos incendios que, aún no provocados, causan incluso más daño del que pretendían en los otros sus autores. Los críticos reclaman un nuevo régimen del monte y, en definitiva, una política distinta orientada a evitar la despoblación galopante que provoca un abandono del rural que impide el trabajo y facilita el fuego.

Todo ello, que a su vez se relaciona directamente con los servicios, la ordenación del territorio y, quizá, un nuevo mapa de servicios públicos, exige un Pacto por el Rural, pedido por todos y no alumbrado por ninguno de los gobiernos que en Galicia han sido. Y que se frustra por el egoísmo feroz y la falta de conciencia o del sentido "de lo común" que, como se ha repetido tantas veces, padece este antiguo Reino casi como una enfermedad genética. Y no lo es: lo que sí la produce es una ausencia de cultura de país y en definitiva de una educación adecuada.

Es cierto que cuando se habla de "lo rural" aquí en Galicia, en realidad se está hablando de todo, porque no es posible separar sus raíces entrelazadas con lo urbano. Y por eso precisamente los remedios que para aquel se consigan tendrán también un efecto benéfico en este y, aunque no sean idénticos, contribuirán conjuntamente al progreso de este antiguo Reino. Y a un equilibrio territorial que tanta falta le hace y que hasta el momento, y por más que digan que se ha buscado en estos cuarenta años de autonomía, es aún asignatura pendiente.

¿O no??