Ante el fuego somos un objeto ínfimo: el cuerpo humano y nuestras casas, animales y coches, árboles y biomasa. El pasado fin de semana sentimos conteniendo la respiración cómo puede añadirse nuestro refugio preferido, la ciudad. El fuego se arrojó impetuoso, con ferocidad, sobre la gran ciudad difusa, el espacio metropolitano de Vigo. Una devastación que apagó vidas y encendió mil interrogantes. Urgen respuestas e iniciativas.

Ante el cambio climático aún somos una sociedad infantil. Lo observamos como a un extraño. Embiste de frente y se bajan los ojos. Las cosas no pueden venir más claras pero porfiamos en ahogarnos en el propio océano de evidencias. Nada podía venir peor (sequía, temperaturas elevadas y vientos huracanados) pero vino. Rebelarse contra este destino fatal exige ponerse manos a la obra: sumar y sumar, uno tras otro, impactos medioambientales positivos. Es posible.

Ante el mal uso del territorio no basta responder con cosas más que sabidas (dejando su valor a salvo). Nunca antes la geografía de Galicia expresó con tanta claridad la necesidad de iniciar una nueva etapa, alterar una realidad agotada y corregir desajustes insoportables, aún sabiendo que ya en la Edad Media la ciudad "conmocionó de manera fulminante la organización económica del campo" (Henri Perenne). La alternativa de esta generación sigue suspendida en el aire, sin atreverse a tocar tierra.

Ante unas leyes del Suelo que más tarde pasaron a ser nominalmente del Territorio sin molestarse en reconsiderar un ápice sus fundamentos doctrinales (de puro Suelo), hay que hacer un esfuerzo de atención a muchas de las aportaciones perfiladas tras años de crítica constructiva. Ni con más adendas, ni con ninguna otra manera edulcorante, sacaremos la esfera de la ordenación del territorio del actual cuestionamiento y desprestigio social.

La Norma DB-SI (seguridad en caso de incendio de edificios) por algo existe. Los inmuebles a veces arden. El objetivo de la disposición "consiste en reducir a límites aceptables el riesgo de que los usuarios de un edificio sufran daños derivados de un incendio". La ciudad difusa infiltrada por millares de viviendas, como brotadas de la tierra con sus estructuras productivas, es una singularidad urbana ya histórica, a la que hay que encontrar algún tipo de marco urbanístico de seguridad, eficaz para los tiempos que vienen.

El Plan de Evacuación es también una herramienta de uso común. En los núcleos de la ciudad difusa, salpicados entre vegetación y arbolado sobre topografías accidentadas y microclimas cambiantes, si llegan las llamas la salvación está al otro lado, a sus espaldas. Hay que poder y saber ponerse a salvo. Hay que prever. Quizá idear planes urbanísticos previsores de evacuación sobre unos ámbitos rigurosamente delimitados. Específico para cada uno de ellos.

Como bien se sabe, el Área Metropolitana de Vigo se creó porque se consideró sería una herramienta útil. En el análisis y formulación de alternativas del tipo de las aquí planteadas, bien podría ofrecer especial desenvoltura e idoneidad. Una colaboración de técnicos con la sociedad local. Con quien conoce mejor que nadie cada palmo de terreno, y vive impregnada en la experiencia de sus veleidades geográficas, caprichos, concatenación de azares y memoria histórica del sufrimiento ambiental de su entorno.

El ser humano es capaz de lo mejor y lo peor. Educar para lo mejor es una obligación del sistema público. Nunca es tarde para educar e instruir en la persuasión y defensa de los valores medioambientales. La situación de emergencia vivida estos días pasados obliga a no dar la espalda al aviso. Un serio aviso para la enorme ciudad difusa del noroeste peninsular y en concreto para el gran espacio metropolitano de Vigo.

Tan verdadera como las llamas resultó la reacción inmediata, solidaria, bella, y responsable de la ciudadanía en combatirlas. Así, es posible encontrar argumento y fundamento para creer en el futuro, para tener esperanza. Ahora, ante todo, con las cicatrices, echarse a andar con los ojos bien abiertos.

*Arquitecto