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Javier Sánchez de Dios.

Crónica Política

Javier Sánchez de Dios

La pandemia

Así que, y no era necesario un profeta para anticiparlo, las mociones de censura municipales -las últimas, por ahora, en Coristanco, Fene y Tui- se aceleran y no parece que algún partido quede a salvo de la pandemia. De hecho, las ya consumadas han tocado a derecha e izquierda y ninguna ha sido capaz de articular excusas -que no motivos- que convenzan ni a los hooligans de unos y otros ni a los observadores neutrales, que en esto, como en las guerras, haberlos haylos. Y es que cuando no hay razón suficiente es difícil hallar explicación bastante, que diría algún filósofo olvidado. Por desgracia.

En realidad, y ahora que parece que alborea una futura reforma de la Constitución tras la mejoría -forzada por el aceite de ricino catalán- de las relaciones personales entre Rajoy y Sánchez -que ya se verá cuánto dura- llega el momento de abordar cambios en la Ley Electoral y en la de Régimen Local, por ejemplo, para acabar de una vez -o de regular mucho mejor- las situaciones que hasta ahora se aprovechan para sortearla; aunque sin salirse de la lógica y hacer algo que no contemple su espíritu, que es eludir la voluntad de los ciudadanos, exista mayoría absoluta o simple.

Es verdad que esta es una vieja polémica -tan vieja como la propia Ley Electoral- y que existen argumentos que apuestan por diferentes formas de aplicar el principio democrático de que quien gana debe gobernar. Y aceptando que quizá puedan caber excepciones -en caso de delito, sin ir más lejos-, aquella debería ser la norma general. Y su ámbito el completo, desde los municipios al Estado pasando por las Autonomías. Y de las Diputaciones no se habla porque son unas antiguallas que deberían haber sido disueltas ya en 1978.

Hace bastante tiempo, los censurantes -cuyos "motores" solían ser los partidos más votados pero sin mayoría absoluta- justificaban esa condición para desplazar a las coaliciones de perdedores que les quitaron el poder, aunque a veces utilizaban a algún grupo que se cambiaba de chaqueta o a otros que, fuera de aquellas alianzas, solo tenían aritmética para forzar los cambios y obtener más botín del que lograron en las urnas. Y los censurados, que habían justificado sus pactos "en la gestión", bramaban en contra, a pesar de que su fracaso en ella era más que evidente.

Por eso convendría cambiar todo ese circo. Y con las mismas o parecidas razones que días atrás empleó el presidente de la Diputación de A Coruña para criticar el pacto entre Gonzalo Caballero y Leiceaga que llevó al primero a la Secretaría General del PSdeG. Y que sus rivales rechazaban por un motivo sencillo: quien apoya a alguien para que consiga algo no es para lograr que lo haga otro. Y por más matices que se quieran introducir, es la pura verdad, reducida ad simplicem. Lo demás es retórica que, según se maneje, puede convencer a algún despistado. Pero que solo implica hacer algo distinto a lo que la gente vota.

¿O no...?

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