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Joaquín Rábago.

Ayudad a Cataluña

"Ayudad a Cataluña", clama un vídeo propagandístico difundido por Ómnium Cultural para denunciar la que llaman "represión" del Estado Español.

Recuerda ese llamamiento al que hizo la República española frente al levantamiento del general Franco y que sirvió de motivo para un cartel de Joan Miró con la leyenda "Aidez l´Espagne", reproducido luego en un sello.

En el vídeo de Ómnium Cultural, una mujer joven de rostro serio dirige un dramático llamamiento a los europeos, a quienes explica que lo que ocurre en Cataluña no es solamente un asunto español sino que concierne a toda Europa.

El vídeo, al igual que buena parte del material de propaganda difundido por las organizaciones independentistas Omnium Cultural y Asamblea Nacional Catalana, está plagado de mentiras, medias verdades y exageraciones.

Los independentistas han recurrido una y otra vez a falsedades históricas como la de que en la guerra de Sucesión, que fue en realidad una guerra entre dinastías, toda Cataluña se rebeló como un solo hombre contra el Borbón.

O que en la guerra civil, el pueblo catalán se levantó contra el fascismo como si allí no hubiese habido, como en otras partes, franquistas y empresarios sin escrúpulos que iban a beneficiarse enormemente de la dictadura franquista.

Mentiras que continúan en el presente cuando el presidente del Govern, Carles Puigdemont, habla de un pueblo catalán unido cuando está absolutamente claro que lo han partido por la mitad.

El nacionalismo catalán es egoísta como casi todos los nacionalismos, excluyente y en ocasiones xenófobo, como demuestran las declaraciones, intolerables para un demócrata, de algunos de sus líderes.

Y en su vertiente separatista demuestra una absoluta insolidaridad no ya solo con el resto de los españoles, a los que quieren dejar de considerar compatriotas, sino incluso con esa mitad al menos de catalanes que no se conforman con una sola identidad.

Lo dramático, sin embargo, es que por impericia o porque el hecho de no escuchar las quejas de los "egoístas" catalanes daba más votos a la derecha en el resto de España, no se haya intentado frenar tanta sinrazón antes de que fuera demasiado tarde.

Y ello no a base de represión pura y dura del independentismo como puede suceder ahora -no se pueden poner puertas al campo-, sino con reformas constitucionales a su debido tiempo, acompañadas de un relato convincente, capaz de seducir al menos a los no fanáticos, que son con seguridad mayoría.

Se han cometido demasiadas torpezas, agravadas en las últimas semanas: por ejemplo, la de intentar reprimir con un uso excesivo de la fuerza un referéndum cuyo resultado el propio Gobierno español y todos los europeos habían dicho que no reconocerían.

¿Había necesidad de proporcionar al mundo esas imágenes de policías y guardias civiles golpeando a ciudadanos indefensos cuando era de esperar que los independentistas las utilizasen propagandísticamente en defensa de su causa?

¿Y no es echar leña ahora leña al fuego utilizar, algunos dirían incluso abusar de la Audiencia Nacional, para acusar de sedición y encarcelar a unos líderes independentistas, a los que allí llaman ya, también abusivamente, "presos políticos"?

En algún momento, y cuanto antes, mejor será, habrá que dejar de tratar el problema catalán simplemente como un asunto de violación de la legalidad, que lo es, y de alteración del orden público y recurrir finalmente a la política con mayúscula. Cataluña y el resto de España lo demandan.

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