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José Manuel Ponte

inventario de perplejidades

José Manuel Ponte

Memoria del conejo Fidel

La preocupación por los desastrosos efectos de los incendios forestales no es de ahora. Ya en el año 1962, el Gobierno de la dictadura (del que empezaba a formar parte el fundador del PP, Manuel Fraga Iribarne, como ministro de Información y Turismo) lanzó una intensa campaña de publicidad para alertar a la población sobre los peligrosos descuidos en la utilización del fuego. Y a tal efecto se difundió a través de la televisión única una serie de dibujos animados cuyo principal protagonista era un conejo llamado Fidel, que vestido de guardabosque recorría el campo apagando los conatos de incendio que comportamientos negligentes habían ido sembrando por todas partes. "No tire cerillas encendidas", nos advertía el conejo. "No tire colillas sin apagar", "cuidado al quemar los pastizales", "cuidado al eliminar los rastrojos".

Y todas esas recomendaciones bajo el común denominador de este mensaje final: "Cuando un monte se quema, algo suyo se quema". Un mensaje al que el humorista catalán Jaume Perich añadió la coletilla de "algo suyo se quema... señor conde", en alusión al preponderante latifundismo de amplias zonas de España. Los anuncios eran graciosos y el conejo, que recordaba en cierto modo al famoso Bugs Bunny de la factoría Warner Bros, se hizo muy popular. Por supuesto, las conductas a corregir eran todas negligentes y a nadie se le ocurría echar la culpa de la extensión del fuego a prácticas homicidas y menos aún al "terrorismo incendiario".

En aquel tiempo, de agobiante control policiaco, el único terrorismo de que se hablaba era el de la llamada "escuela de Toulouse" (ETA cometió su primer atentado mortal en julio de 1961), las penetraciones armadas desde Francia por el Pirineo habían cesado, y la actividad guerrillera del maquis era poco más que un trágico recuerdo. Pese a todo, ya había extensos incendios en Galicia (donde la propiedad del monte está muy repartida y no hay latifundios) y también se hablaba sobre quemas deliberadas. Tengo muy vivo en la memoria como, durante un verano, desapareció en poco más de dos días secos y de fuerte viento el frondoso pinar que iba de Ponteceso a Corme. El mismo pinar que inspiró a Eduardo Pondal la letra del himno nacional gallego. En su primera estrofa dejó escrito el poeta: "Que din os rumorosos na costa verdescente...". Pues bien, ya no existen aquellos pinos rumorosos que el viento hacía sonar y en su lugar hay un horrible eucaliptal que no sirve de hogar ni a las ardillas ni a los pájaros.

Ante semejante transformación habría que cambiar la letra del himno pondaliano y sustituir el periclitado "que din os rumorosos" por el más ajustado de "que din os eucaliptos". Al fin y al cabo, el eucalipto importado de Australia es ahora el árbol más representativo de la flora gallega. Los hay por todas partes y su extensión, favorecida por los incendios, parece imparable.

No soy muy optimista respecto a la posibilidad de que la sociedad civil y la clase política gallega encuentren la forma de curar lo que ya parece una enfermedad endémica. La sociedad civil porque es mayoritariamente urbana y valora el campo como paisaje y territorio de esparcimiento. Y la clase política porque prefiere desviar su parte de responsabilidad hacia supuestos terroristas incendiarios y fantasmales agentes conspirativos. Cualquier cosa antes de enfrentarse a la realidad.

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