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Ánxel Vence.

Crónicas galantes

Ánxel Vence

Pirómanos sin fronteras

Anunciaban para este último lunes un huracán los augures de la Meteorología; pero lo que ha caído sobre Galicia ha sido, en realidad, una lluvia de fuego de bíblicas proporciones.

Fue un ataque en forma de blitzkrieg: una guerra relámpago que en apenas veinticuatro horas desbordó todos los dispositivos de defensa -no exactamente escasos- con los que cuenta este reino. Se llevó cuatro vidas, aunque pudieron ser muchas más. Baste ver los treinta cadáveres que durante las mismas horas dejó entre nuestros vecinos de Portugal, más hermanos que nunca en la desdicha.

Que las llamas hicieran su infame trabajo a las dos orillas del Miño y, con menor intensidad, en la vecina Asturias, revela hasta qué punto los pirómanos actúan al margen de lindes y fronteras, como si fuesen una ONG del mal.

Ya casi nadie se cuestiona la intencionalidad de la mayoría de los fuegos, aunque sería exagerado atribuirla a la acción de tramas coordinadas por motivos políticos y/o financieros. La larga experiencia de décadas en la batalla contra los incendios sugiere que hay por ahí mucho pirado suelto con síndrome de Nerón. A estos casos clínicos, difícilmente recuperables a pesar de las decenas de detenciones de cada año, hay que agregar aún la acción de los imprudentes que juegan con fuego para rozar alguna finca; si bien estos son muy probablemente una minoría.

Sorprenderá, a lo sumo, que los pirados del mechero sin fronteras hayan estado trabajando como siempre durante este verano y, a pesar de ello, apenas se produjesen entonces incendios de consideración.

Dos circunstancias explicarían la catástrofe en este extraño otoño playero que la sequía nos ha regalado, sin pedírselo. Una de ellas fue la habitual desmovilización de efectivos de la lucha contra el fuego que se produce al final del verano; y la otra, acaso más decisiva, es la aplicación de la famosa "regla de los tres treinta".

Dicen los expertos en estos misterios del fuego que cuando coinciden en un determinado momento y lugar una temperatura superior a treinta grados, vientos de más de treinta kilómetros por hora y una humedad inferior al treinta por ciento, las posibilidades de que todo arda como la yesca se multiplican exponencialmente.

Resulta obvio que esa fatal conjunción se produjo durante este fin de semana que llenó de gente las playas y de fuego los montes, en flagrante contradicción con la fecha que marcaba oficialmente el calendario.

Con todos los vientos, temperaturas y sequedades a su favor, la habitual tarea de los pirómanos se vio extraordinariamente propiciada por las circunstancias. El resultado es un desastre que, aun no siendo comparable al que hace una década se llevó por delante el dos por ciento de la superficie forestal de Galicia, va a dejar hondas cicatrices en la piel del país.

Desbordadas las brigadas que se encargan de la guerra contra el fuego, fue el pueblo, una vez más, el que organizó la guerrilla. Al igual que ocurriera años atrás con el alud de chapapote del Prestige, los voluntarios se organizaron con rapidez y eficacia para hacer frente a las fuerzas de la Naturaleza desatadas por el hombre.

Esa es la única imagen confortadora de una noche para olvidar, cuando esperábamos a Ofelia y cayeron sobre esta tierra -tan quemada ya- todas las llamas del infierno. Con gente como la de aquí, saldremos de esta y de las que vengan. Seguro.

stylename="070_TXT_inf_01"> anxelvence@gmail.com

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