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Javier Sánchez de Dios.

Crónica Política

Javier Sánchez de Dios

La telaraña

A estas alturas no parecen subsistir ya muchas dudas de que algunos aspectos de la llamada Red, que une de forma casi instantánea a más de medio mundo, se han convertido en una auténtica telaraña. Porque en ella queda lo más perverso de una sociedad: el odio entre gentes que piensan distinto. Y que demuestra cuán equivocado estaba Juan Jacobo Rousseau cuando defendía su tesis de que el ser humano es fundamentalmente bueno y que la maldad procede de una intolerancia que llega cuando elige mal sus compañías.

Son ya demasiados los ejemplos que podrían exponerse como de ese argumento. Pero seguramente bastaría con dos de los últimos habidos en los días que se viven en el país. De uno de ellos es protagonista un concejal radical catalán que hizo un chascarrillo inadmisible sobre la muerte de un aviador de la Fuerza Aérea española el día 12. El otro lo firma una diputada extremista gallega, que compara a Cataluña con una mujer asesinada y cita a España como la culpable. Y lo malo es que esa tela de araña atrapa moscas despistadas.

Es cierto que a veces tales vómitos dialécticos son rectificados después de vertidos, pero incluso en esos casos no dejan de ser lo que son: una muestra de falta de auténtico espíritu democrático y, en definitiva, de educación cívica. Y lo peor es que esos defectos se van apoderando de una parte creciente de la sociedad, quizá por su aparente impunidad, y dan alas a las extremas derecha e izquierda. Que han existido en España desde hace mucho tiempo, aunque la primera iba de capa caída y ahora parece "resucitar" ante los desmanes de la segunda.

(Conste que los radicalismos están extendiéndose por la aparente impunidad de sus acciones o la lenta reacción institucional que generan sus ataques a la convivencia. Cierto que la democracia ha de actuar siempre con prudencia y proporcionalidad, pero cuidando de que la paciencia no se confunda con debilidad. Porque las reglas que a todos obligan no se discuten, y mucho menos se deciden, en la calle por grupos más o menos numerosos; se aprueban en las instituciones habilitadas para ello y, si menester fuere, se defienden con los instrumentos que las propias leyes establecen. Que precisamente por eso son legítimos y diferencian la fuerza de la violencia.

¿O no...?)

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