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Joaquín Rábago.

La falta de diálogo produce monstruos

La abierta rebelión catalana y la esperable, por más que tardía, respuesta del Estado central no parecen cuadrarle bien a una democracia del siglo XXI como se precia de ser la nuestra.

Nada más lejos de mi intención que equipararlas en cuanto a gravedad, si bien responsables, por acción u omisión, del deterioro de las relaciones entre Cataluña y el resto de España los hay por ambas partes.

La falta de diálogo "produce monstruos", podríamos decir, parafraseando al gran visionario de Fuendetodos, a la vista de lo que allí sucede.

El problema catalán viene de lejos, pero se agravó, como todo el mundo sabe, con la impugnación ante el Tribunal Constitucional del Estatut de 2006, ya aprobado en referéndum, por parte de un PP al que ni siquiera contentaron los recortes efectuados en el Congreso.

Se trataba al parecer de darle una lección a Cataluña aun a sabiendas de que la intervención extemporánea de aquel tribunal iba a generar enorme frustración en muchos catalanes, que se sintieron de pronto burlados y ninguneados por Madrid.

A partir de aquel momento, las relaciones se tensaron todavía más, se produjeron nuevos desencuentros y toda apelación a la razón y a ese sentido común que tanto gusta a nuestro presidente del Gobierno cayó una y otra vez en saco roto.

Los independentistas y sus aliados de circunstancias aprovecharon hábilmente la ocasión para iniciar una antidemocrática fuga hacia adelante, que permitía al mismo tiempo tapar muchos escándalos, apelando a la emoción patriótica y a un imaginario derecho a la autodeterminación del pueblo catalán.

Y ahora tenemos el poco estético espectáculo de una abierta rebelión de las instituciones catalanas y de un gran sector de su ciudadanía, a la que Madrid responde con intervenciones de la Guardia Civil, secuestro de material de propaganda, detención de políticos, acusaciones de sedición y envío de más antidisturbios.

Medidas todas ellas que, aunque estén amparadas por la legalidad vigente, no pueden sino encorajinar aún más no solo a los independentistas, sino también a quienes, aun no compartiendo sus objetivos, se sienten de alguna manera también violentados en su catalanidad.

La interesada sordera política del PP, su incapacidad para el diálogo, puesta de manifiesto no solo mientras dispuso de la mayoría absoluta, sumada a la habilidad manipuladora de la otra parte, han contribuido a alimentar el independentismo.

Y es un fenómeno que seduce a las nuevas generaciones: basta con mirar las imágenes que se han difundido estos días de las multitudinarias protestas en Barcelona , en las que predominaban los rostros de personas que no conocieron la dictadura franquista y se permiten hacer ahora absurdas comparaciones.

Se podrá frenar por la fuerza un referéndum ilegal a todas luces, pero de ninguna manera se habrá solucionado el problema. Y la paz social, no solo en Cataluña, será -está siendo ya- la primera víctima.

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