A la inversa que el Universo, el crecimiento económico en Galicia no se expande, se concentra. Y lo hace cada vez más, y a mayor velocidad, en un núcleo reducido de municipios. Las grandes áreas de Vigo y A Coruña son las locomotoras de la comunidad, que arrastran a distancia al resto de los concellos. La población con las rentas más altas sigue concentrándose en apenas el 9% de los concellos. Esto es, casi la mitad de toda la riqueza de Galicia se junta en apenas una veintena de municipios. En cómo responder a este panorama, cómo detener la falla que amenaza con quebrar irremediablemente Galicia en dos mitades, la del litoral y la del interior, y repartir equilibradamente la riqueza por el territorio la comunidad se juega su futuro.

La existencia de desigualdades en el desarrollo de Galicia es una realidad constatada desde hace décadas, si bien no es algo exclusivo de esta comunidad. Otras muchas lo padecen, incapaces de extirpar los profundos males estructurales que las aquejan. Lo verdaderamente grave es que lejos de contener la hemorragia, la brecha entre el eje atlántico y la zona interior se agrava cada vez más.

La progresión no es uniforme. Se aceleró con la construcción de la Autopista del Atlántico, que se inició en 1973. Sin duda, la AP-9, que cruza Galicia de norte a sur por la fachada atlántica, se convirtió en la línea medular del despegue de la comunidad. Marcó un punto de inflexión en el crecimiento de su entorno, que concentra las mayores áreas urbanas gallegas, e impulsó su auge frente a la decrépita Galicia interior, alejada de su influencia y castigada severamente por la sangría demográfica y el envejecimiento poblacional, huérfana de una vertebración similar.

Casi la mitad de los gallegos se concentran en solo el 1,2% de la superficie regional. Las ciudades, en especial las situadas en el Eje Atlántico, han venido acaparando población al mismo ritmo que la franja del interior se vaciaba. Tres de cada cuatro gallegos viven en las provincias de Pontevedra y A Coruña. El 60% en las áreas de Vigo y A Coruña. Con el empleo ocurre otro tanto. Vigo y A Coruña concentran casi el 60% del Producto Interior Bruto gallego, con polos fortísimos que imantan las zonas aledañas. Sus áreas metropolitanas se erigen en los dos motores de la comunidad aunque diferentes en su sistema productivo. Mientras la economía viguesa lidera la industria pesada y alimentaria, con la automoción, la pesca, el naval, la metalurgia o las químicas, la coruñesa se sustenta en el textil, ocio, turismo, comercio e inmobiliario. Entre medias, el potencial de las rías atlánticas, con su riqueza marisquera y turística, y la pujanza vinícola del Rías Baixas.

A pesar de esta tendencia, los geógrafos sostienen que no caben distinguir dos Galicias, una urbana y otra agraria, a espaldas una de la otra, sino concebir la comunidad. Y que hay que volver a pensarla con un conjunto inseparable en el que una parte carece de sentido sin la otra. Desgraciadamente, una cada vez más extensa zona de nuestro territorio se está quedando desierta. Y cada vez a mayor velocidad. Es el territorio, además llamado a constituirse en la base para nutrir al conjunto de productos primarios de alta calidad.

Los discursos van por un lado y la realidad del campo gallego, por otro diferente. Las administraciones, unas y otras, siguen sin aportar soluciones suficientes al desgarro mientras el proceso avanza hacia un proceso más agudo con la desconexión de más territorios convertidos en páramos. Lamentablemente las cosas siguen más o menos como siempre. A los hechos nos remitimos. Uno de los principales hándicaps del rural es la falta de ordenación del territorio. El campo necesita una reforma agraria en profundidad. No puede haber tanta tierra improductiva. Alemania o Francia la acometieron hace siglos. Por desgracia aquí ni está ni se la espera.

Para recortar su desventaja con otras autonomías, Galicia no puede seguir avanzando a dos velocidades, con un grupo de ciclistas pedaleando en solitario, muy lejos del resto descolgados. Vertebrar adecuadamente un territorio y corregir sus desequilibrios supone siempre un reto de enorme complejidad. Y el proceso de concentración de la población en grandes conurbaciones es un fenómeno universal. Pero en cualquier caso, una realidad tan diferente lo que siempre requiere son respuestas políticas de todas las administraciones implicadas e ideas de la sociedad en su conjunto que afronten el desafío. Además, claro está, de reseñar esta situación en la agenda pública como problema prioritario, que ahora ni está. Y eso es lo que hay que evitar. Porque si Galicia fracasa definitivamente en el campo no solo perderá una fortaleza, sino también una parte esencial de la seña de personalidad que forjó su carácter.