Es muy cómoda para el Gobierno la situación bloqueada en que se halla el conflicto catalán. Una situación de espera, en la que el turno de juego corresponde al adversario. Si este renuncia a sus planes por la presión gubernamental y convoca elecciones, el resultado puede ser desastroso para el independentismo y Madrid ganará por goleada. Pero incluso en el supuesto de que el nacionalismo catalán vaya hasta el final, con la proclamación de la república catalana -lo que implica el sacrificio de sus líderes-, el Gobierno gana inmediatamente la partida y una situación política muy favorable para sus intereses y los del partido que lo sustenta.

No olvidemos que el presidente del Gobierno lo es también de un partido que atraviesa una situación difícil (que repercute en aquel) por los asuntos de corrupción, con procesos en curso o próximos a su apertura, comisiones parlamentarias de investigación y una agenda gubernamental seriamente marcada por los partidos estatales, dispuestos a no soltar presa y que lo empujan a la defensiva.

Precisamente en la crisis del conflicto catalán se encuentra la llave de la solución de sus actuales problemas.

Es fácil prever que el presidente actuará con decisión. Con aplicación del arsenal jurídico a su disposición desactivará el sacrificio nacionalista sin encontrar resistencia organizada, pues no hay que olvidar la estrategia pacífica del nacionalismo catalán y que sus líderes son gente pacífica y de orden. En veinticuatro o cuarenta y ocho horas habrá ganado la partida. Este éxito y la nueva situación catalana que se abrirá con el dominio de la calle por el nacionalismo y las constantes manifestaciones llevarán a un plano muy secundario los problemas de corrupción, como ya está ocurriendo. La exigencia de apoyo a los partidos constitucionalistas en un momento de emergencia nacional y que estos tendrán que atender, so pena de aparecer como cómplices del independentismo, invertirá la dirección de la iniciativa política. Pensemos también en el gran respaldo popular que su actuación decidida y tranquila le acarreará en la España profunda ante la que aparecerá como el salvador de la unidad nacional. Aprovechando esta corriente de fondo podría convocar elecciones generales con la esperanza fundada de un gran resultado electoral.

Claro que esta estrategia es ganadora para el corto plazo, pero el futuro en Cataluña puede estar perdido para el nacionalismo español que ganará una batalla y perderá la guerra. También todo será pérdida para la jefatura del Estado, indentificada con el centralismo de Madrid y ausente en la crisis sin deplegar sus facultades constitucionales de arbitraje y moderación. Su actual titular queda en molesta continuidad de número con Felipe V, ambos en dos momentos tan importantes de la historia de Cataluña.

No creo, sin embargo, que al presidente, como a los políticos en general, les preocupe mucho el futuro. "Lo importante es que el imperio de la ley ha sido restablecido" y en cuanto al futuro, "Dios dirá".