A finales de agosto de 1939, el Bar Calixto sufrió una fulminante clausura por orden de la autoridad competente. Al parecer, aquella fue la última orden firmada en el desempeño de su cargo por el gobernador civil Manuel Gómez Cantos, luego conocido por el apodo de El Sanguinario.

La espada de Damocles que cayó sobre la familia Díaz-Calvo no obedeció a ninguna irregularidad alimentaria, sino que respondió a una conocida fobia de aquel siniestro personaje: los dimes y diretes.

Gómez Cantos ya había metido en cintura cuatro meses antes a los tertulianos del despacho de Alejandro Mon, que dieron con sus huesos en la cárcel y luego pagaron con el destierro. En el caso del Bar Calixto, el asunto pareció más grave por cuanto los comentarios denunciados versaban sobre las actuaciones del propio gobernador, que tanto y tanto daban qué hablar.

Calixto Díaz tuvo suerte, porque el levantamiento de la clausura del bar se anunció diez días después sin ninguna sanción, cuando El Sanguinario ya preparaba sus maletas para no volver nunca más.