Nos hemos adentrado en una nueva era geológica -el Antropoceno- caracterizada por los cambios planetarios como consecuencia de la actividad humana, cambios que comprometen muy seriamente el futuro de nuestra civilización. Hemos creado un "agujero" en la capa de ozono, capa necesaria para protegernos de las peligrosas radiaciones ultravioleta. Por otra parte, enviamos a la atmósfera los denominados gases de efecto invernadero, como el dióxido de carbono. Estos gases actúan como una especie de "manta" que retiene el calor. La consecuencia del aumento de grosor de esta "manta" es un calentamiento global del planeta.

Agujero en la capa de ozono y calentamiento global son dos grandes problemas que debemos abordar si queremos preservar la salud de nuestro planeta y sus habitantes. En diciembre de 2015, representantes de 195 países acordaron fijar en 2ºC el límite al calentamiento global del planeta, tomando como referencia de partida los valores de la era preindustrial. "La historia la escriben los que se comprometen, no los que hacen cálculos; hoy os habéis comprometido con el planeta". Estas fueron las palabras de un emocionado François Hollande, entonces presidente de Francia, tras cerrar ese pacto global sin precedentes en la lucha contra el cambio climático.

En octubre de 2016, tras una semana de conversaciones, se firmó en Kigali un acuerdo para la eliminación progresiva de unos compuestos químicos conocidos como hidrofluorocarbonos (HFC). Se trata de unos gases que contribuyen significativamente al efecto invernadero y consecuentemente al cambio global. Este acuerdo fue celebrado con éxito. "El año pasado en París se prometió mantener el mundo a salvo de los peores efectos del cambio climático, hoy estamos cumpliendo esa promesa", manifestó entusiasmado Erik Solheim, director ejecutivo del Programa de Naciones Unidas para el medio ambiente.

Pero, ¿de dónde vienen estos nocivos hidrofluorocarbonos (HFC)? Estos gases emergen de los sistemas de aire acondicionado, aparatos de refrigeración, espumas y aerosoles. Y emergen también del protocolo de Montreal. Este protocolo, que ahora cumple 30 años, implementó el uso de los gases HFC en detrimento de otros gases -esencialmente los clorofluorocarbonos (CFC)- que dañaban la capa de ozono. El peligroso agujero de la capa de ozono se redujo, pero como contrapartida se favoreció el calentamiento global.

Es el momento de efectuar una doble reflexión. Cuando llegamos a un acuerdo mundial y lo cumplimos, como en el caso del protocolo de Montreal, somos capaces de conseguir el objetivo deseado. ¡La dañada capa de ozono empieza a recuperarse! Pero los grandes retos de nuestra era, como los relativos a la salud humana o la de nuestro planeta, requieren de una aproximación global. De poco sirve reducir el agujero de ozono si para ello promovemos el calentamiento global. Hoy más que nunca necesitamos una visión holística de nuestro mundo y sus problemas.

*Investigador y divulgador científico