Pues se le pueden dar las vueltas que apetezcan pero, en opinión de quien escribe, tiene mucha razón el presidente de la Diputación de A Coruña cuando critica los previsibles -pero aún no consumados- pactos entre candidatos a la secretaría xeral del PSdeG-PSOE, en el que también milita don Valentín. Porque le parece que quienes apoyan a alguien para ocupar ese puesto es porque quieren que llegue a él, no para que se lo den a otro, por muy de acuerdo que estén los firmantes del posible pacto tanto en las condiciones como en el futuro ejercicio del puesto.

Es probable que el señor González Formoso, que es uno de los forjadores de la candidatura del diputado coruñés Villoslada, busque atajar un posible entendimiento entre los otros dos aspirantes, Fernández Leiceaga y Gonzalo Caballero, que podría poner en riesgo la elección de su patrocinado. Y es lógica su postura, en el contexto de los reglamentos y las normas que rigen el sistema en general y los métodos electorales en particular, como admisible es su opinión en el caso concreto del proceso interno de los socialistas gallegos.

Ocurre que su opinión, expresada como la expresó, significa disconformidad personal con esa regla, aunque el presidente Formoso no haya ido más allá. Lo cual sería pintoresco al menos con el argumentario que se le ha atribuído a sus declaraciones, porque la crítica implícita que hace a los pactos internos sería aplicable también a otros, externos. Porque quienes, por ejemplo, otorgan sus votos a alguien para que sea alcalde, no siempre estarán de acuerdo en que con ellos salga elegido otro, y aún encima sin consulta previa a los que lo depositaron.

(En este punto alguien podría alegar el contraste, al menos aparente, que existe entre la opinión de don Valentín y su propia realidad, puesto que ocupa un cargo en función de un acuerdo entre partidos. Pero hay una diferencia: las diputaciones -dicho con todo respeto- tienen un sistema de elección indirecta en el que los votantes no tienen opción a nada, porque ni el cargo se somete a votación directa, ni la designación por el pleno se hace, a diferencia de en los municipales, con unos candidatos no respaldados por las urnas. Son los partidos quienes deciden el proceso, y eso impide que sea del todo democrático, que legal sí.)

En cualquier caso, las diputaciones son entidades cuya existencia se discute cada vez más, aunque bastantes de sus detractores cambiaron el mensaje en 2015, cuando la aritmética que al menos en parte critica don Valentín les permitió gobernarlas. Pero el contraste es mayor en los ayuntamientos y quizá el señor González Formoso debería ser preguntado si su opinión sobre los pactos que hacen posible que salga elegido un candidato a la secretaría general del PSdeG con los avales de otros son aplicables a los alcaldes electos por concejales que recibieron sus votos para cosa distinta. Sería interesante, la verdad.

¿No?