"Ante el cabo de la región de los arrotrebas se hallan las islas de los Dioses". Quizás no con las palabras del escritor romano Plinio el Viejo, pero la estampa de las islas Cíes es hoy, como hace veinte siglos, el centro de halagos de todo el mundo. Gracias a ese atractivo y a su rica diversidad de flora, fauna, fondos marinos y paisajes, el Gobierno acordó hace ya quince años -el 1 de julio de 2002- declararla junto con Ons, Cortegada y Sálvora, Parque Nacional Illas Atlánticas. Incomprensiblemente, tres lustros y 28 borradores después, el archipiélago sigue a la espera de su Plan Rector de Uso y Gestión, fundamental para su desarrollo y explotación sostenible así como para conservar en plenitud su inigualable riqueza medioambiental.

Ni unos ni otros, ni las Xuntas del PP ni tampoco la del bipartito fueron capaces de desbloquear el plan gestor del Parque Nacional, escudándose tanto ésta como aquella en el mantra del rechazo frontal de las cofradías de pescadores. Alcanzar un adecuado equilibrio entre la explotación de sus recursos y su conservación es el mayor escollo para la creación de cualquier parque natural, en caso de que su territorio albergue algún tipo de actividad productiva, claro está, sea ésta turística, pesquera, ganadera, minera o de cualquier otro tipo. Y ese equilibrio pasa por permitir que sigan con su actividad aquellos que tengan derecho a hacerlo, lógicamente con las limitaciones necesarias para garantizar la obligación de todo pueblo con aquellos espacios que siente y declara como únicos: conservarlos.

Por curioso que pueda parecer, ese equilibrio tan difícil de alcanzar no es en ningún caso el problema, sino la solución tanto para los intereses particulares como para los generales. Porque una inadecuada utilización de los espacios del Parque lo degradarán irremediablemente y le harán perder, primero, su condición de tal; después, tanto su valor ambiental y emocional como su capacidad para generar riqueza. Quizá la única certeza sostenible sea, precisamente, que ese inaceptable escenario se corresponde con lo que ocurrirá de mantener escondido en un cajón su Plan Rector.

La necesaria preservación del Parque supone, además, la piedra angular sobre la que ha de cimentarse el éxito de la candidatura de las Cíes a Patrimonio de la Humanidad. Y ese anhelo, el de entronizar las islas y su entorno a la categoría que se merece de mito universal, refuerza aún más si cabe la obligación de legarlas en todo su esplendor a las generaciones venideras.

Si las crónicas de Plinio se encargaron de descubrir las Cíes al universo romano, la declaración de Parque Nacional en 2002 las devolvió a la esfera global. Las agencias de viaje o la repercusión mediática de la elección de Rodas como la mejor playa del mundo por el diario británico The Guardian contribuyeron a ese boom. También universidades de todo el mundo, instituciones científicas de renombre y sociedades del prestigio de National Geographic, que fondeó sus barcos en la ensenada en varias ocasiones, se han prendado de ellas.

Una de las mejores demostraciones de su extraordinaria riqueza es que conserva intactos parte de sus secretos. Hasta 79 especies distintas de flora, incluidas las algas, y 104 de fauna, -algunas de ellas únicas- con una riquísima disparidad de mamíferos, aves y reptiles, pueblan su ecosistema. O las 186 especies variadas de las que dio cuenta el primer inventario de mariposas nocturnas del parque, o la colonia de gaviotas, por no hablar del cormorán moñudo, la paradela cenicienta, la riqueza de sus fondos submarinos o el mundo único de galerías subterráneas y cuevas submarinas que revelan sus entrañas. Parada de arroaces y toniñas, y hasta en ocasiones escala de tortugas y focas en sus migraciones invernales. Una diversidad sin parangón.

Cíes y las Illas Atlánticas no son solo un espacio de singular exuberancia natural por su eclosión de vida y belleza, ni un espacio generador de riqueza, son, además de todo eso, el símbolo de una parte relevante de la esencia de Galicia. El camino para aprobar ese Plan Rector que garantice su futuro tal y como las conocemos no estará exento de obstáculo. Surgirán incluso una vez aprobado el plan -cuando haya que dotarlo de recursos para que sea eficaz, por ejemplo-, pero la única manera de superarlos pasa por emprender la marcha.