Recién leí en la prensa que el ministro español de A.E. impulsa en Bruselas una posición común sobre Venezuela. No pretenden estas líneas analizar la compleja situación venezolana, entre otras cosas, por carecer el que esto escribe de información suficiente acerca de aspectos esenciales de aquella: la incógnita del ejército, su relación con el chavismo, administración de la corrupción, intervención del gran capital y de los EE UU en la crisis económica, configuración de las diferentes derechas y del mismo poder revolucionario (no monolítico), actitudes y sentimientos de millones de desheredados a los que Hugo dio, por vez primera, algo más que una esperanza.

Pero una cosa está clara: la política española no puede identificarse con una de las partes y ser vocera de sus sectores más extremistas, incluso golpistas, con bandas que arrojan cócteles molotov contra el Tribunal Supremo, como se vio en nuestra televisión pública, y a los que nunca preocupó la pobreza de la mayoría porque para ellos antes " Venezuela era un paraíso". No se puede reeditar la posición sobre Cuba promovida por el expresidente Aznar, un fracaso absoluto en el que España ha perdido, desde cualquier punto de vista.

Abolida esa posición común reincidimos en el mismo error que traerá consecuencias para España y sus intereses en Venezuela y Latinoamérica. Es hora de aprender y de pensar una auténtica política iberoamericana basada en la comprensión de lo que significamos históricamente (y en el imaginario) los unos para los otros y en la importancia esencial de esa significación. Un principio fundamental de esa política es que los regímenes pasan pero los pueblos y sus intereses permanecen. Y permanece la memoria crítica de las injerencias y de las injusticias, por ello, y con excepción de la acción decidida contra gobiernos monstruosos de asesinos como Duvalier y Trujillo, la única política eficaz es la mediación, discreta e incansable, no ya de un expresidente como el Sr. Zapatero, con quien la historia será mucho más justa que sus feroces y triviales críticos, sino del Gobierno de España. ¡Qué campo inmenso para una gran política! Y aunque la mediación llegue a fracasar, triunfa, paradójicamente en un horizonte más amplio, pero no parece que la hora de Madrid señale el tiempo de las grandes ideas y de la imaginación. Lo muestra con evidencia nuestra política europea con su escolástica OTAN y su supeditación a las prioridades americanas, cuando Eurasia se vertebra en comunicaciones y económicamente de un modo increíble. Deberíamos reflexionar sobre la llegada continua de trenes comerciales chinos a Europa occidental.