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Ceferino de Blas.

Decenas de poetas en las Cíes

Cuando el emperador de Alemania, Guillermo II, y el joven rey de España, Alfonso XIII, terminaron la reunión de estado que celebraron en la ría de Vigo, en marzo de 1904, emprendieron una excursión marítima por los parajes que no habían tenido tiempo de admirar

El recorrido, a bordo del cañonero "Vasco Núñez de Balboa", les llevó a la Guía y después, a la isla de San Simón, regresando por la parte Norte de la ría hasta la Borneira, para virar al Sur hacia donde estaban fondeadas las naves capitanas.

Nadie pensó en acercarse a las Cíes, que no formaban parte de los gustos estéticos de aquel tiempo.

La propia Emilia Pardo Bazán, que hasta el año quince del pasado siglo pasaba en los veranos días en Vigo, fue invitada a recorridos por la bahía, pero nunca entró en los planes de sus anfitriones llevarla a las Cíes.

Hacía siglos que estaban desiertas, tras ser arrasadas por los depredadores que llegaban a la mar de Vigo: berberiscos, piratas ingleses y de otras procedencias.

En el medievo, estuvieron pobladas, con cenobios benedictinos y de frailes terceros, dependientes de Tui y del monasterio de Oia, por concesión regia, pero los invasores de la ría las arrasaron y despoblaron.

Hasta que vuelven a ser objeto de atención, ya avanzado el siglo XX.

Sería en la posguerra cuando comenzó la devoción por las islas, y lo mismo que antes hicieron los monjes, serían los poetas los que fijaron la atención sobre ellas, porque las Cíes son propicias a la espiritualidad y a la poesía.

Incluso ahora, que las visitan miles de turistas, que parecen alejados de sentimientos tan íntimos, hay que imaginar que, en muchos de los que emprenden la navegación, late un trasfondo espiritual y un sentimiento lírico.

El que toma el barco de la naviera por primera vez, aspira a encontrarse con algo diferente y a vivir durante unas horas en un rincón del paraíso.

Pero veamos como comenzó la evolución desde el nulo aprecio por las Cíes al entusiasmo.

José María Castroviejo, director de "El Pueblo Gallego", desde los años cuarenta, fue su principal cantor, al frecuentarlas y envolverlas en fantasía literaria de nieblas históricas, legendarios naufragios, navegaciones fantasmales, piraterías y milagros. Y sus relatos sobre la ciudad "sulagada", que llegó a ubicar en las inmediaciones.

Una excursión de poetas a Cíes fue el impulso que necesitaban para el cambio de percepción estética de la época sobre el archipiélago.

En julio de 1954 se celebró en Santiago un acontecimiento importante: el III Congreso Internacional de la Poesía, con representación de hispanistas de tres continentes. Comenzó en Compostela, celebró una sesión de pleitesía a Valle Inclán en Pontevedra, y tuvo su apoteosis en Vigo, con una visita a las Cíes, en los confines de Galicia.

Acontecía que Vigo, en aquellos años, era una ciudad donde se festejaba la poesía en primavera cada año, porque coincidió una generación de escritores como no se había conocido en la ría, desde Martin Codax, Xohan de Cangas y Mendiño, cantores de las ondas del mar de Vigo.

Son los trovadores del mar los que atraen a los contemporáneos, y la ocasión para que José María Castroviejo, en aquel tiempo el escritor más influyente de Galicia --"barbudo y mítico jefe de la jornada lírica", lo denomina Emilio Alvarez Blázquez- organizase la excursión a las Cíes de un centenar de congresistas.

Embarcaron, en el vapor "Vigo", "el mayor número de poetas que jamás se haya reunido", como refiere un cronista.

La conclusión de aquel viaje lo resume esta frase: Las Cíes fueron un día, por su hermosura, llamadas Islas de los Dioses. Pero desde ahora podemos llamarlas también Islas de los Poetas, ya que ningún lugar es más digno de llevar este nombre.

Estas son las opiniones de algunos de ellos:

Gabriel Celaya: "Quisiera volver mañana para saber si es verdad". Luis Rosales: "A partir de este momento, mi vida empieza mañana". Gerardo Diego: "Son un paraíso salvaje y magnífico. Algo maravilloso". Antonio Oliver (generación del 27) "Si las Cíes no hubiesen sido descubiertas, quisiera haber sido su Robinson". Carlos Riba: "De pie sobre las Cíes afirmo que ya no existe el Mare Tenebroso". Trina Mercader (Marruecos): "Las Cíes son algo tan salvaje como yo". Marian Muiños (Argentina): "Son lo más maravilloso que hay. No he visto aguas más claras más limpias ni más frías. Mauricio Serrahima: "He tenido la impresión de que estaba en una isla mediterránea y que llegaban a mis oídos los versos de la Odisea". Roger Noël-Mayer (Francia): "Será uno de los recuerdos más hondos de mi vida."

Después de esta riada de poetas -todos nombres reconocidos, con amplias biografías en los manuales de literatura, y en la Wikipedia-, Cíes , donde había sonado la melodía gregoriana de los benedictinos, y las trovas de Martín Codax y los poetas de la ría, se conformó un territorio lírico.

A finales de los cincuenta, aunque no había un muelle de atraque para los vapores, empiezan a ser un lugar de referencia para cuantos visitaban Vigo.

Uno de los escritores vigueses de la partida, Pedro Díaz Álvarez, publicaba en 1958 la monografía de interés histórico y turístico "Carta y noticia arqueológica de las islas Cíes".

Era una aportación al basamento cultural de las islas, cuyo interés no se reduce exclusivamente a su atractivo natural.

En el camino irrefrenable que ha emprendido Vigo para conseguir que sus islas sean declaradas Patrimonio de la Humanidad por la Unesco, deben influir las valoraciones elogiosas de los grandes medios de comunicación mundiales y de las mejores guías turísticas. Son opiniones y juicios irrefutables, que las colocan entre las mayores bellezas de la tierra.

Pero es inevitable añadir la voz de los grandes poetas.

Las sensaciones que despertaron al desembarcar --"una llamarada de algo que es superior a la belleza", que experimentó Federico Muelas- deben ser tenidas en cuenta en el argumentario definitivo. Ramón de Garcíasol (generación del 36), las calificó de antibiótico comparable a la penicilina, García Nieto improvisó un soneto y Rafael Santos Torroella mostró el anhelo de edificar una residencia para vates y bardos.

Las percepciones de tan ilustres literatos, ensalzados por millones de lectores, no puede caer en saco roto. Tienen que suponer un impulso poderoso para conseguir el objetivo.

Entre tanto, sin privar a nadie del derecho de disfrutar de este trozo del paraíso, en la mar de Vigo, habrá que cuidar que la masificación no se asemeje a una invasión berberisca que destruya su encanto.

Una buena forma de protegerlas es que las navieras, entre la propaganda que ofrecen a las visitantes, dedicasen un breve apartado a explicar cómo se debe pisar las Cíes: con alma de poeta.

P. S. A los amantes de la poesía les gustará saber que, entre el centenar de visitantes, estaban Carmen Conde, Cremer, Anglada, José Luís Cano, Leopoldo de Luis, Clementina Arderiu, Joan Fuster, Pablo García Baena, el irlandés Walter Starkie, el brasileño Celso Ferreira da Cunha, y todos los gallegos, entre ellos Bernardino Graña, que algún día debería recordar aquel viaje en el vapor "Vigo" del mayor cargamento de poetas conocido.

*Cronista oficial de la Ciudad de Vigo

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