Los analistas dan por superada la crisis porque España encadena cuatro años consecutivos de PIB positivos. El epicentro hoy de la mayor parte de las reestructuraciones, según los bufetes de abogados, ya no son causas económicas, sino otros retos, como la transformación digital y tecnológica. Las principales constantes han alcanzado la estabilidad, con perspectivas al alza para los próximos ejercicios. La productividad aumentó: fabricamos lo mismo con menos mano de obra. Los puestos de trabajo no crecen en la cuantía suficiente para menguar rápido las lacerantes estadísticas de paro. Lo hacen con lentitud, excesiva temporalidad y peores salarios. Mientras no se subsane, la crisis nunca quedará definitivamente atrás.

Hubo en este país quien afirmó que la mejor política industrial es la que no existe. El encontronazo con la recesión supuso un baño de realismo. La UE persigue como una de sus grandes metas conseguir que la industria eleve su peso en el PIB de la Unión del 16% actual al 20% dentro de dos años. El PIB vuelve a niveles de riqueza de hace una década, según las últimas estadísticas. Pese a la mejoría experimentada, Galicia acumula hoy el doble de desempleo que antes del estallido de la burbuja inmobiliaria. Si antes la tasa de paro era del 8% ahora lo es del 16. En el conjunto de España, pese a los avances, la tasa es aún mayor: del 17%. Un nivel de paro muy superior al de cualquier nación próspera de Europa con la que podamos compararnos.

Sin embargo, con respecto al PIB Galicia está a punto de batir su marca histórica de 2008 pero con casi 200.000 empleos menos que entonces. El alza de la economía evidencia que, aunque queda mucho por hacer, lo peor de la recesión parece haberse superado. Si sigue la tendencia, la comunidad alcanzará en este trimestre, como ya lo hizo España, los niveles de riqueza previos a la crisis. Falta que estas cifras alentadoras se consoliden y esperar que las incertidumbres que persisten en muchos frentes -en España y en el mundo- no les afecten. Y, sobre todo, lo esencial, que esa velocidad llegue también a la creación de empleo: para recuperar el destruido, reducir su temporalidad y recobrar capacidad adquisitiva. Solo así la recuperación será de verdad completa.

Hoy, en España trabajan 600.000 personas más que hace un año pero, como el propio Gobierno reconoce al valorar el alza interanual del PIB del 3,1%, no se saldrá de la crisis mientras no se hayan creado 1,5 millones de empleos más. A Galicia, que también entró más tarde en recesión, le falta algo más porque en su caso la producción de bienes y servicios todavía no supera, aunque por poco, la de 2008. En ocupación le queda crecer más de un 13% (184.000 empleos) para igualarse a la etapa precrisis.

La principal razón del alza de nuestra economía radica en el negocio exterior de las empresas. Las exportaciones gallegas llevan meses rompiendo su techo, hasta convertirse en el elemento determinante. De hecho, tres cuartas partes del crecimiento de Galicia vienen precisamente de la demanda externa.

El turismo va lanzado, en especial en las Rías Baixas. Pero los servicios, pese a su importancia, no van a tapar la brecha abierta por la construcción. Recuperar el nivel de renta previo al desastre -estimular por consiguiente el consumo y aumentar los ingresos fiscales con los que sostener el Estado del bienestar- entraña generar puestos de calidad, evitando convertir en crónica la situación del núcleo de parados más damnificado por el derrumbe, los jóvenes. Para ese propósito el sector secundario emerge como determinante por su personal cualificado, sus salarios superiores y su gran efecto de arrastre sobre compañías auxiliares y otros ámbitos. Cuando Europa vuelve a hablar abiertamente de reindustrialización, esa tarea debería ser prioritaria y estratégica.

Lidiar con la incertidumbre marca estos tiempos de mudanza. Preocupan las alertas aún recientes del Banco de España de que el ritmo de creación de empleo, ya de por sí lento, empieza a desacelerar. En la misma apreciación coinciden otros institutos. Alarma suficiente, por si todavía no hubiera bastantes justificaciones, para imprimir con urgencia un empujón a las políticas industriales.

No es cuestión de subvenciones, que generan incentivos perversos y dinámicas extractivas, como ha quedado demostrado en estos años. Los cambios impulsados por la Consellería de Economía e Industria van en la buena dirección. Crear un clima facilitador ayuda más a consolidar y expandir el tejido productivo que diseñar incentivos o instrumentos financieros a la carta. Conseguir un entorno favorable supone, entre otras cosas, fomentar la competencia en igualdad de condiciones, abaratar la electricidad, suprimir tramas burocráticas absurdas, aplicar un modelo fiscal coherente y justo, anular normas regulatorias caducas que limitan la concurrencia, atender el cambio climático, engrasar sin traumas el tránsito hacia la robotización y la inteligencia artificial como en la automoción, impulsar nuevos mercados como el biotecnológico, el nanotecnológico o el de las compañías verdes, y combatir los oligopolios, los pactos encubiertos de precios y los privilegios.

Para competir, Galicia necesita superar también sus déficits históricos, como el reducido tamaño de sus empresas, que cercena la exportación y la innovación, la falta de más sociedades transformadoras que aporten valor añadido a los productos, o su excesiva dependencia de núcleos industriales muy concretos. Pero existe capacidad para mucho más. Si las empresas cooperan, si no se hacen ascos al conocimiento, si fluye la cooperación público-privada que allane el camino, si Galicia se moviliza para explotar al máximo sus recursos, tendrá más hueco en los mercados más competitivos.