La inconsecuencia y los repentinos cambios de criterio son, entre otros despropósitos, las habituales líneas de conducta que acredita el presidente norteamericano Donald Trump tras ocho meses en el cargo. Y casi nada de lo que prometió en su campaña electoral se ha cumplido. Por ejemplo, su anuncio de que retiraría tropas destinadas en misiones en el extranjero tanto por su alto costo financiero como por los escasos réditos estratégicos. Entre esas misiones estaban Irak, Afganistán y Siria, y en alguna medida Europa, a cuyos socios en la OTAN exigió una contribución superior en los gastos militares. Se esperaba, por tanto, una reducción sustancial de la presencia de tropas norteamericanas en medio mundo, pero a la hora de la verdad ha sucedido todo lo contrario. Por ejemplo, en Afganistán donde el Pentágono (la "casa de la guerra" como le llaman algunos historiadores) ha conseguido autorización presidencial para aumentar en 4.000 soldados el contingente allí destinado. "Comprendo la frustración de los norteamericanos -dijo Trump en un mensaje a la nación desde una base militar-. Mi primer instinto era salir, y a mí me ha gustado siempre seguir mis instintos, pero también he oído toda mi vida que las decisiones son muy distintas cuando te sientas en la mesa del Despacho Oval". Y aparentemente muy satisfecho por ese sustancial cambio de criterio remató su intervención con esta frase terrible: "Ya no vamos a construir países, vamos a matar terroristas". Una frase que resume perfectamente lo que ha sido la justificación del militarismo imperial de los presidentes norteamericanos (o de los "directores del mundo" como les llamaba Harry Truman).

En ese lenguaje eufemístico, "construir países" equivalía a invadirlos o agredirlos, y llamar "terroristas" a los habitantes de esos países que se oponían a la dominación servía de pretexto para matarlos sin contemplaciones. La conclusión es desoladora, pero en cierto sentido hay que agradecerle a Trump que al menos hable de ese asunto claro y sin rodeos. La presencia del ejército de Estados Unidos en Afganistán ya dura 16 años desde que el segundo de los Bush acordó su invasión para castigar a los patrocinadores de los atentados del 11-S, capturar a Bin Laden y derribar al gobierno de los talibanes dentro de una operación sarcásticamente denominada "Libertad duradera". Nada de eso era cierto ya que Bin Laden y los talibanes habían sido previamente ayudados por la CIA para combatir al gobierno prosoviético de Kabul, pero daba igual.

Desde entonces, han muerto allí 2.400 soldados norteamericanos y se ha gastado casi un billón de dólares sin que se haya alcanzado el objetivo de controlar el territorio. Un lamentable balance que afecta también a las tropas españolas allí destinadas con el triste resultado de 100 muertos, incluidos 62 ocupantes del siniestrado YAK- 42. Aunque lo más curioso de todo este asunto, según "The Washington Post", es el argumento empleado por los generales del Pentágono para convencer a Trump de la necesidad de aumentar el número de soldados en Afganistán y conseguir estabilidad para un gobierno democrático y favorable a los intereses occidentales. Al parecer, le enseñaron fotos de muchachas afganas paseando por la calle con minifalda. Eran tiempos de gobiernos laicos y progresistas antes de que tomaran el poder mahometanos fanáticos subvencionados por Washington y las monarquías petroleras.