No muchos sabrán decir quién es el presidente de Asturias, el de Euskadi, el de Galicia o el de Extremadura; pero resulta probable que una buena parte del vecindario peninsular conozca a Carles Puigdemont e incluso a Oriol Junqueras y Anna Gabriel. Cosas de salir en la tele, aunque no sea en "Sálvame", que ya es lo más.

Se podría sospechar que los actuales dirigentes secesionistas de Cataluña montaron este número acrobático de la independencia para salir en televisión, pero no hay que ir tan lejos. Simplemente, creen en lo suyo y se acogen a aquel viejo lema de los hoy ancianos jóvenes de mayo del 68: sed realistas y pedid lo imposible. Si el espectáculo resulta atractivo para la audiencia, no hay porqué pedirles explicaciones a ellos.

Como quiera que sea, el follón de Cataluña no para de ocupar espacios en los canales de la tele, donde el asunto se presenta al rojo vivo o en la versión glamurosa del programa de Ana Rosa. En los telediarios ya tiene reservada su cuota diaria de pantalla, como es natural.

Todo ello ha favorecido que, a fuerza de verlos una y otra vez en la pantalla, los políticos catalanes sean una imagen familiar para el televidente. Los famosos quince minutos de fama de los que hablaba Andy Warhol se han convertido en quince horas, con los lógicos efectos secundarios sobre el público.

No es seguro, sin embargo, que esta efímera fama -la espuma de la gloria- beneficie a quienes la disfrutan. Al menos en el caso de los gobernantes, la experiencia sugiere que lo importante es que no se hable de ellos, aunque sea bien.

Si el mejor gobierno es el que menos gobierna, el más hábil político habrá de ser por fuerza el que menos se haga notar. Véase, por ejemplo, el caso del primer ministro griego Alexis Tsipras, que no paraba de salir en los telediarios hasta que se lo tragó el agujero negro de Bruselas y el FMI.

A diferencia del ya olvidado Tsipras, que ahora se dedica a hacer lo que dijo que jamás haría, otros dirigentes se caracterizan por aburrir al personal de tanto como se esfuerzan en no llamar la atención. Nadie conoce al primer ministro de Holanda o al de Bélgica: países prósperos y quizá por ello, aburridos. Menos aún al de Suiza, que igual ni siquiera existe.

Son muy conocidos, en cambio, gobernantes como el finado Hugo Chávez y su sucesor Nicolás Maduro en Venezuela; por no hablar ya de los hermanos Castro en Cuba o el ya un poco mustio Evo Morales. Por escaso que sea el peso de sus países en el desconcertado concierto de las naciones, todos ellos han logrado un plus de popularidad solo explicable por la magnitud de los desastres que provocan.

Nada que ver con la mayoría de líderes occidentales, que suelen ser gente normal y algo plúmbea a la que nadie se imagina diciendo una palabra más alta que otra. Cierto es que a cambio sus países gozan de una bonanza muy poco noticiosa para las teles; pero tampoco se puede tener todo.

Quizá por eso no sea tan satisfactoria como parece la popularidad alcanzada últimamente por los líderes del Proceso catalán hacia la independencia. Bien está que se hable de uno en la tele, pero ya se sabe que ese medio quema con gran rapidez a los personajes que ella misma crea. Y luego es más dura la caída, como bien sabe el pobre Tsipras que hasta hace nada llenaba los telediarios. Mejor que no lo conozcan a uno.

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