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El problema está dentro

Difícil separar el grano de la paja

Cuando las personas de generaciones aproximadas a quien esto escribe éramos escolares, los enemigos del futuro eran los chinos. Según creíamos entonces, nuestros previstos asaltantes llevaban una sola coleta en el occipucio y se tocaban con un sombrero parecido a los platillos volantes. Era lo que se había dado en llamar el peligro amarillo.

Nuestro concepto de todo lo oriental era entonces novelesco: Verne, Salgari, Pearl S. Buck... No había televisores pero sí imaginación infantil. Me será permitido, de paso, rechazar la socorrida tentación de ridiculizar la pedagogía del "florido pensil", que hoy se rentabiliza sacado de contexto y del que nunca oí hablar en aquel tiempo.

Los chinos en efecto nos invaden ahora mismo, pero con sus bazares y algún restaurante. No, la ya consumada invasión contemporánea en el occidente excristiano no se produce con rollitos de primavera y nidos de golondrina, sino con la media luna del Islam. Vinieron con todo derecho en busca de trabajo unos y huyendo de sus guerras otros. Pero a ninguno se le habría pasado por la cabeza pedir socorro a sus correligionarios del petróleo.

Toda una fuerza de trabajo que ha realizado una labor y merecido acogimiento y asistencia. Lo difícil ahora es separar el grano de la paja, sobre todo en las generaciones jóvenes, sufíes o chiíes, pacíficos o belicosos, con aplastantes índices de natalidad. Para algunos, ocho siglos de ocupación les dan derecho a recuperar "Al Ándalus".

No sé si Europa toma verdadera conciencia de que, con toda la comprensión al inmigrante, el gran problema lo tenemos dentro.

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